21 diciembre. Aniversario de la primera misa del Venerable D. Antonio Amundarain

21 Dic, 2022 | Conoce al Venerable D. Antonio Amundarain

 ANIVERSARIO DE LA PRIMERA MISA DEL VENERABLE ANTONIO AMUNDARAIN

 

RECORDANDO…

La fecha memorable del 18 de diciembre de 1909, sábado de témporas de adviento, fiesta de la Expectación de Nuestra Señora, ambientará y enmarcará ya para siempre la ordenación sacerdotal de don Antonio. La de esta promoción del seminario constaba de treinta y tres presbíteros. La frecuencia, la sencillez misma y el anonimato con que se suceden estos acontecimientos masivos, relegan al olvido la tremenda emoción individual de cada diácono que vive su consagración.

Como suele suceder en los grandes seminarios y en ordenaciones colectivas muy numerosas, quedó también en este caso flotando en el recuerdo y en los papeles esta fecha escueta y desnuda sin otro comentario. A todos pasó lo mismo. El nuevo sacerdote comienza a cobrar conciencia de que lo es a partir de su primera misa. Hasta tanto, vive enterrado en sus emociones, olvidado casi de sí mismo, absorbido por los preparativos, amistades, la ceremonia, el aturdimiento de sentirse traído y llevado en andas y volandas por el maestro de ceremonias y por sentimientos abrumadores, que nunca se sospecharon, que nunca se volverán a repetir y que se van empujando de prisa.
El obispo que ordenó sacerdote a Antonio Amundarain fue D. José Cadena y Eleta que, representando a Cristo, fue abrazando y besando a cada ordenado al terminarse el rito sagrado. Sería el momento en que Antonio pudo formular solemnemente aquello: «No has de seguir a Cristo por lo que Él da, sino por lo que Él es; tú, otro Cristo eres en Él».

A decir verdad, del primer encuentro consigo mismo como sacerdote no nos quedó un testimonio. Habrá de aguardar nuestra curiosidad hasta que se destape por algún lado aquella intimidad. Acaeció muchos años después al hacer don Antonio una ligerísima alusión a su primera misa.

La celebraba el día del apóstol Santo Tomás, veintiuno de diciembre, en el Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu. Se dirigió allá directamente desde Vitoria, sin humos de gran festejo. Tenía bien calculada esta sencillez. Si iba a Elduaien ocasionaría gastos, aunque modestos, que debería ahorrarles a sus padres. Un billetito a su madre era inevitable: «Celebraré mi primera misa en el santuario de Nuestra Señora de Aránzazu. Al fin y al cabo es la otra madre que tanto me ha ayudado». Para amatxu bastaba. Se lo decía todo. Ella condimentaba con sabor de lágrimas el gran sacrificio de no poder estar presente y la acción de gracias a Dios. También a él le sangraba el corazón. La presencia de la madre en la primera misa de un sacerdote es la más vistosa patena y el mejor adorno de su altar. De la familia, el único presente fue el tío Pedro Gabirondo.

Un auto reportaje muy tardío que más se parece a un telegrama -pertenece al año antes de morir, 1953- dice: «Celebré a los pies de la Virgen de Aránzazu mi primera misa con la sencillez y majestad conventual franciscana». ¡Nada más! Como eso se lo refiere a su gran amigo y colaborador, D. Antonio Pérez Ormazábal, se abre un poquito más y le añade: «Rece Vd. un Te-Deum por lo infinito que le debo a Dios y a Ella desde aquel solemne día, que ocultaba tantas y tan grandes sorpresas para mí». Estrujando, estrujando, le sacarían luego alguna confidencia más, que a su tiempo conoceremos. Pero de momento contentémonos con la «sencillez» de esta misa, como dato histórico más relevante. Será una clave de insustituible interés para entender otras muchas cosas no tan sencillas.

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