Discurso del Papa en el encuentro con las familias 26 octubre 2013

2 Nov, 2013 | Documentos eclesiales

El discurso completo del papa en la Jornada Mundial de la Familia

Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes de que necesitan la gracia, no para decorar la vida sino para hacerlos fuertes.

Ciudad del Vaticano, 26 de octubre de 2013.

¡Queridas familas, ¡’buona sera’ y bienvenidas a Roma!
Han venido aquí como peregrinos desde muchas partes del mundo, para profesar la fe delante del la tumba de San Pedro. Esta plaza les acoge y abraza: somos un sólo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que están unidas a través de la televisión y de internet: una plaza que se extiende sin confines.

Quisieron llamar a este momento “¡La familia vive la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las experiencias de ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos… Sentí la tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible, hoy, vivir la alegría de la fe en familia? ¿Es posible o no es posible vivir esta alegría?

En el evangelio de Mateo, hay una palabra de Jesús que nos ayuda: ‘Venid a mí todos los que están cansados y oprimidos, que yo les aliviaré’. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo hemos apenas escuchado. Trabajar es fatigoso; buscar trabajo es fatiga y encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.

Pero, aquello que más pesa en la vida, no es esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser acogidos. Pesan ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el cansancio se hace más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales atenciones y cuidados. ‘Venid a Mí todos los que están cansados y oprimidos’, dice Jesús.

Queridas familias, el Señor conoce nuestros cansancios, los conoce y los pesos de nuestra vida. Pero conoce también nuestro deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo: ‘Vuestra alegría sea plena’. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena.

Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos nosotros. Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta tarde, y es una palabra de Jesús: ‘Venid a mi, familias de todo el mundo –dice Jesús– y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa’.

Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a todos la alegría.

La segunda palabra, la tomo del rito del matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: ‘Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de honrarte y amarte todos los días de nuestra vida’. En aquel momento, los esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas que les esperan. Parten, como Abrahan; se ponen juntos en camino. Esto es el matrimonio, partir y caminar juntos, de manos dadas, entregándose en la mano grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta cultura de lo provisorio que nos corta la vida a pedazos.

Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo de asumir la propia responsabilidad, delante de Dios y de la sociedad. Sin huir ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos.

Pero hoy, santo padre, es difícil. ¡Seguro que es difícil! ¡Por eso, es necesaria la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no sirven para decorar la vida; ¡que lindo matrimonio, que linda la ceremonia, que linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la gracia no es para decorar la vida pero para hacernos fuertes en la vida, para hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.

Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan a este para vivir unidos entre sí y cumplir la misión de padres. ‘En la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad’. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan juntos y con la comunidad, ¿por qué? Solamente porque es costumbre hacerlo así? No, lo hacen, porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a tramos, necesitan de la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.

Y esto es importante en las familias, saber perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos y a veces hacemos cosas que no son buenas y le hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace pocas semanas atrás recordé en esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres palabras, quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres palabras claves.

Pidamos permiso para no ser invasores. En familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El leguaje del permiso. Demos gracias, gracias por el amor, pero dime tú, cuántas veces al día le dices gracias a tu mujer o a tu marido? Cuántos días pasan sin decir esta palabra: gracias.

Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen la jornada sin hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos?: Permiso, gracias, disculpa, usemos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.

En la vida, la familia experimenta muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta al parque o por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma… Pero, si falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo da siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía. Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que nuestra alegría sea completa.

Y para concluir, está aquí delante de nosotros, este ícono de la presentación de Jesús en el templo. Es un ícono verdaderamente bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la ley del Señor; y también el viejo Simeon y la profetisa Ana, también ella muy anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones,

Simeon toma en los brazos al niño Jesús, en quien reconoce al Mesías, y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria.

Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?, ¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que scuchar a los abuelos.

María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como la de Nazaret está insertada en la historia de un pueblo y no puede existir sin las generaciones anteriores. Y por ello tenemos aquí a los abuelos, los abuelos, y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las generaciones anteriores.

Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen felices, juntamente con este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de san Pedro, que nos dan fuerza y continuarán a darnos fuerza en los momentos difíciles: ‘¿Señor, de quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!’. ¡Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y acompañe!

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