La mujer del Magníficat

17 May, 2012 | María

La mujer del Magnificat

El mes de mayo ha sido, tradicionalmente, para los católicos, el mes dedicado a María. Madre, maestra, discípula, creyente… hay muchos títulos que nos permiten acercarnos a María desde la fe. Buscamos que su vida sea para nosotros un ejemplo de fidelidad, de coraje y valentía. La vemos muy cercana a nosotros, quizás porque la vemos tan humana, tan real, tan capaz de amar y servir, la vemos capaz de reír y llorar, de celebrar las alegrías de la vida, pero acoger los golpes que también vienen. La vemos como una de los nuestros, y nos sentimos un poco suyos, un poco hijos, un poco necesitados de su protección.

Una mujer

Es muy importante darnos cuenta de que la encarnación comienza con el “sí” de una mujer. QUE LA PRIMERA TIENDA DE DIOS AL ACAMPAR EN ESTA TIERRA ES LA ENTRAÑA MATERNA. Desde el “Hágase” hasta esa escena de la Piedad, a los pies de la cruz, la mujer presente en tantos momentos significativos de la vida de Jesús. Mujer que es madre, que evoca ternura, que nutre, sostiene, empuja.

Ella es imagen de tantos hombres y mujeres que luchan por lo que creen necesario. Una mujer. Y un grito y una llamada para nosotros hoy, como sociedad, y como Iglesia; una llamada a la igualdad verdadera, que aún está por conseguir.

Pienso en las mujeres que en mi vida son reflejo del amor de Dios.
¿Por dónde creo que se puede avanzar hacia la igualdad en nuestra sociedad? ¿Y en nuestra Iglesia?
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«PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR». Un canto eterno

El evangelio pone en boca de María un canto radical, un himno que proclama la grandeza de Dios. Un grito de justicia y liberación. Seguro que su vida reflejó esa lógica. Seguro que sintió con hondura el grito de los más machacados, los más heridos y los más rotos. Seguro que vibró con la palabra de ese Hijo que le daba la vuelta a todo. Seguro que, en su fuero interno, fue indiferente a la soberbia de los necios, pero sensible a la palabra humilde de los pequeños. Y todo eso lo plasmó Lucas en ese canto, en ese Magnificat. También yo, también cada uno de nosotros, estamos haciendo de nuestra vida un canto, porque nuestras vidas hablan.

¿De qué habla mi vida?
¿Qué «Magnificat» estoy escribiendo?

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