Meditación sobre Santa Inés

21 Ene, 2014 | Escritos A. Amundarain

MEDITACIÓN

PRIMERAS VÍRGENES. SANTA INÉS
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¡Viva Jesús en nuestros corazones!

Meditación sobre Santa Inés dirigida por nuestro amadísimo Fundador, en Roma

Composición de lugar será el lugar donde habéis estado. Recordad lo que habéis visto esta mañana… Aquellas galerías… aquellos sarcófagos y osarios, y la capillita donde habéis oído la Santa Misa…

La primera consideración ha de ser la vida que vivieron vuestras hermanitas hace ahora dieciocho o veinte siglos, y cómo en aquellos sótanos se escondían, huyendo de la persecución de los tiranos y de la persecución de los suyos. Bajaban de la ciudad y se reunían allí, huyendo de las autoridades, de los tiranos, de los perseguidores… incluso de sus padres, porque había muchos padres que no permitían que sus hijos pertenecieran a la Iglesia de Dios. Y por eso en esas mismas galerías, en más de una ocasión, estarían esas almas temblando y oyendo los ruidos de los carros que pasaban por arriba, y así recogidas allí, en aquella altísima oración, ofreciendo su vida y corazón al Señor.

Aquella vida, comparadla con vuestra vida… Vuestras persecuciones, vuestras luchas, las luchas de fuera y las del hogar; las luchas interiores… que de todo habrá.

Después otro punto, ya relacionado completamente con la santita simpática, la virgencita hermosa, hermanita vuestra… Santa Inés.

Habéis visto su sepulcro en la Iglesia, en el altar, allí está su cuerpo. En esas galerías donde habéis andado, andaba ella; pisó la misma tierra que habéis pisado… oró donde vosotras habéis orado… comulgó donde habéis vosotras comulgado, y, seguramente, hizo sus ofrecimientos, su consagración y sus votos, con el mismo calor que vosotras y tal vez canto como vosotras habéis cantado: “¡Qué dulce es sufrir…! ¡Qué dulce es morir…!”

Después, considerad quién es Santa Inés y estudiadla como es, hermanita vuestra y como cumplió perfectamente el ideal de la Alianza. Virgencita, jovencita… trece años, con su voto de virginidad, sin que nadie se diera cuenta. Y en aquella pureza angélica vivió tan consagrada a Dios Nuestro Señor.

Las luchas que tuvo para defender esa virtud. Luchas con la familia… luchas con aquel pretendiente famoso… Aquellas palabras tan hermosas que le dijo: “Huye de mí, sombra de muerte. Estoy pretendida antes que por ti, por otro Amado. Tengo Esposo y tengo que ser fiel a Aquel a quien di mi primera palabra…» y el otro, preocupado, queriendo averiguar quién sería aquel a quien ella, tan jovencita, había empeñado ya su palabra, le pregunta: quien era y santa Inés le dice: ¿Tú eres rico?… Mi Esposo es más rico que tú. ¿Tú eres hermoso? Él, más ¿Tú dices que me amas? Pues mucho más me ama Él… Pues… ¿quién es?… Es Jesús. ¿Eres cristiana?… Soy cristiana.

¡Cómo la persiguieron! La quisieron pervertir y manchar… La llevaron a una casa pública, y ved como el Señor hace un milagro para defender la pureza de su esposa, y en una casa mala, aparece al lado suyo un Ángel que no permite que ninguna persona se acerque a ella, y este pretendiente, en el momento de acercarse a ella, cayó muerto.

Todo el martirio de Santa Inés es sublime. San Ambrosio dice: “Parece mentira…, un cuerpecito donde no cabía el hierro, y ella ha vencido al hierro». Así defendió su pureza virginal el Amante de la pureza.

Su amor… Figuraos el amor de aquella niña, de aquella jovencita… ¡Cuánto amaba a su Esposo! Rehúsa al patricio noble que la pretende. Palacios… el honor, los títulos, el nombre, nada le interesa. Todo lo desprecia y lo deja. ¿Por qué? Porque amaba. Amaba a Jesús y amaba a Jesús como tenéis vosotras la misión de amar, con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas. Es decir: todo su amor era parra Él. ¡Trece años! Y no tenía más que un amor: el amor de su Esposo. Fiel a Él… sólo a Él.

Y ese amor tan hermoso, del cual pudo ella decir: «Mi Esposo… a quien yo puedo amar con toda la libertad. Hay amores que manci11an, hay amores peligrosos. Yo puedo amar a mi Esposo, porque mi Amado as de tal condición, que cuanto más Le quiero soy más pura, y cuando me abrazo con Él, soy Virgen”. ¡Qué hermosa expresión! “Cuanto más le quiero soy más pura, y cuando me abrazo con Él, soy Virgen”. ¡Una niña de trece años pronunció estas palabras más de una vez!

Por eso ya veis cómo este lema es unir el amor y la pureza. Amamos… somos puras…; siendo puras, amamos más. Uno ayuda al otro.

Para conservar este lema, Santa Inés se mortificó de una manera especial en el martirio. Mirad, ahora sella su pureza, sella su amor, con el martirio; con qué valor ¡cuántas penitencias, cárceles, hierros…! ¡Cuántas cosas! ¡Adelante!… Es una niña y sin embargo, el amor a la pureza y el amor a Jesús, estos dos amores le arrastran al sacrificio… muere…

Y hoy, a los dieciséis siglos aproximadamente, a los dieciséis siglos en que ella murió, tienen todos sus recuerdos y su mismo cuerpo, sus restos gloriosos, sus reliquias santas ese aroma de pureza y amor sellada con el sacrificio, con el martirio de su vida.

Vedla, triunfante, glorificada por la Iglesia, a través de los siglos, como si descollase la virginidad y el amor a Jesús.

Pensad lo que será allá, en el Cielo, y después de considerar todo eso, haced una petición muy fervorosa a esta Santa, encomendándola primero a vosotras, y encomendando y pidiendo vuestra propia defensa, la defensa de vuestra virginidad y vuestra pureza angélica, y pidiendo que aumente cada vez más en vuestro corazón el amor a Jesús y que, Le podáis decir con ella: «Cuanto más Le quiero soy mas pura, y cuando más me abrazo con Él, soy Virgen…”

Y después, ya que vosotras tenéis, esta dicha ahora, pedid a ella por todas vuestras hermanitas. Por todas aquellas hermanitas que desde España os están mirando a vosotras, soñando con vosotras… Por ellas, por todas, por las que son. Y pedid también que acelere, que pida a su Esposo, a ese Esposo a quien tanto amo, que le pida la gracia inmensa de que asegure el reinado de estas virtudes en muchos corazones, en todos los corazones. Que Él ansía abarcar el mundo entero. Que vengan las almas también…: Pedid mucho esta gracia a Santa Inés.

Y con ese coloquio, unido a la Inmaculada y al Divino Jesús, que es como de ella Esposo Vuestro, pidiendo estas gracias.

Antonio Amundarain
Roma 1934