Resurrección es saltar al vacío
De niño le daba miedo subir al trampolín de la piscina. Llegaba a lo más alto, caminaba por el tablón, se asomaba al borde, con una mezcla de vértigo y ganas, y aunque el agua allí abajo ofrecía mil promesas, también le asustaba pensar en todo lo que podía salir mal. «¿Y si me doy un planchazo? ¿Y si no es tan hondo como parece? ¿Y si alguien se ríe?» Y así estaba, un paso adelante, y otro paso atrás, sin decidirse nunca a saltar.
No recordaba la cantidad de ocasiones en que se había rendido. Desistía. Volvía a bajar por la escalerilla, con una mezcla de vergüenza y decepción, y el estómago encogido por la frustración y los nervios. Pero aunque trataba de no volver a subir, la promesa de zambullirse, al fin, en el agua fresca, le atraía de nuevo a lo alto. Llegó el día en que pudo más el anhelo que la prudencia, la promesa que la desconfianza, el valor que el miedo. Se acercó al extremo. Miró abajo. Se dejó caer inclinando el cuerpo para que la cabeza fuera por delante. Y en esos instantes eternos de vuelo y júbilo, antes de sumergirse en el agua viva, tuvo la certidumbre de que el riesgo merecía la pena.
Resurrección es alzarse de nuevo
¡Cómo hablar de Ti! ¡Cómo expresar que estás vivo! ¡Que no eres un fantasma!
Esta mañana al despertarme has vuelto a abrazarme con Tu presencia. Tú me has levantado, yo no tenía fuerzas. En mi comunidad, esta pequeña fraternidad de vida compartida, la vida me sabe a Ti, a Buena Noticia. A pesar de las injusticias y situaciones sin aparente salida, siempre tu Vida es más fuerte.
Miro el rostro de Mina y veo la resurrección. Cuando vino a casa hace un año no podía ni levantar la vista. Llegó encorvada, acostumbrada a sufrimientos, con un niño y una historia de sometimiento a sus espaldas. Ahora se ha puesto de pie, sus ojos brillan… No es que ya no tenga problemas, es que antes estaba muerta y ahora vive. ¡Hemos visto resucitar a tantas mujeres en esta casa!
Son los últimos, los que andan envueltos en pobreza (Mt 25,31-46) y no tienen un futuro mínimamente asegurado (ni comida en la nevera, ni un techo seguro, ni una familia cerca…) los que nos recuerdan una Presencia misteriosa: “Él cuida de mi vida”, “Él me da fuerzas cada día”, “¡Si no fuera por Él!”
Está vivo y camina en medio de nosotr@s. Lo puedes tocar, aún lleva las marcas de la cruz. ¿No te lo crees? Ven a contemplarlo con tus propios ojos.
Resurrección es volver a abrazarte
Cierto es que en el Evangelio Jesús nos sorprende con esas palabras algo duras e incluso chirriantes ante el abrazo de María Magdalena: “No me toques” (cf Jn 20, 17) ¿Será tal vez una llamada a no quedarse la experiencia para uno sino a abrazar su resurrección en tantas personas, lugares, situaciones…? Sí, creo que puede ir por ahí.
Cuando crees haber perdido el camino que estaba dando sentido a tu vida y de pronto aparece la señal que te da ese respiro y te impulsa a seguir; cuando el horizonte que esperaba anhelante tu llegada se confunde con el mismo azul del cielo desorientando el rumbo, y de pronto, sin esperarlo, en medio de la noche, conseguimos vislumbrar aquel faro -con su lenguaje particular; cuando el amor con el que cuentas se torna aparente sin saber cómo ni por qué y de pronto, en medio de la desesperanza descubres que lo aparente era solo tu forma de mirar… Entonces resurrección es abrazar esa señal, esa luz, o incluso la propia fragilidad que, por vulnerable, nos acerca más a lo eterno… Resurrección es entonces abrazar de nuevo aquello que te da la vida, que te hace volver a sonreír… y contarlo. Es abrazarte en el encuentro con los otros. Pero sobre todo -o también- es abrazar al Señor de la Vida presente en cada señal, en cada faro, en cada fragilidad, asumiendo además la impotencia de no poder retener ese abrazo.
“No me toques”, “ve y dile a mis hermanos…” Ve y cuenta, con tu vida, con esa forma de mirar, que resurrección es volver a abrazar una y otra vez, es abrazarle ahí de nuevo, en lo cotidiano, en lo más humano, en lo que te hace “sentir en casa”, de una vez y para siempre.
Resurrección es tenerte cerca
Porque la soledad, el miedo o el cansancio llegan cuando quieren y como quieren. Llegan sin preguntar. Unas veces despacito, poquito a poco, como la puerta que se abre lentamente para que también despacio se vaya metiendo el frío del desánimo por el cuerpo. Otras veces llegan de golpe; la soledad, el miedo o el cansancio, entran como elefante en cacharrería y me tumban, me hunden. Hasta ahí he llegado.
Por eso es tan importante tenerte cerca. Poder hablar, compartir, llorar, mirar y sentirte cerca. Porque me escuchas con increíble paciencia. Nunca te excusas para responder, siempre tienes tiempo, nunca tienes prisa. Antes leías aquellas tristonas cartas, ahora skype, el móvil o el mail ponen en directo lo que a veces son historias repetidas, los problemas de siempre, aunque yo me esfuerce porque suenen nuevos. Pero lo mejor son los cafés. Un paseo y un café, lo más parecido a un trocito de cielo, aquí en la tierra.
La amistad es el sacramento de Jesús resucitado. La amistad nos sumerge en una realidad más profunda, más densa y más santa. No es ya mi vida limitada, estrecha, es la vida compartida. La amistad nos llena de una luz que no ciega, transparenta. Ya no más oscuridad sino verdad y confianza. La amistad rompe el gran maleficio, nunca más solo. Gracias por estar cerca.