La conversión es cambio, es dar la vuelta a muchas cosas, es ser capaz de mirar hacia delante dejando atrás peso, pasado, miedos, cargas…
La conversión que pide el Hijo del hombre es de corazón, de lo profundo, de los pilares sobre los que estamos levantando nuestra casa, nuestro proyecto. Una conversión de manera de mirar al hermano, a nuestro entorno para que seamos capaces de ver las huellas de Dios. Una mirada contemplativa, es decir, con los ojos de Dios para poder amar más.
La conversión a la que estamos llamados es mucho más que un lavado de cara, es un cambio de corazón, de sentir, de manera de servir.
La conversión es poner, ante el cambio, la confianza plena en el Señor que nos pide ser hombres y mujeres nuevos. Quizá necesitemos la necesidad de un signo, pero no hay más signo que la entrega generosa del Hijo del hombre, Dios que se hace hombre porque nos quiere, que extiende sus brazos en la cruz para abrazarnos. Repetimos el versículo del miércoles de ceniza: ‘conviértete y cree en el Evangelio’, sé Buena Noticia.