El Tesoro

12 Oct, 2011 | Oración y reflexión

El tesoro que nos encontró

ESCUCHAR LA PARÁBOLA

«Sucede con el Reino de los cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo esconde de nuevo y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. También sucede con el reino de los cielos lo que con un comerciante que busca perlas finas, y que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
(Mt 13, 44-46)

Perla

CONOCERLA MEJOR.

La parábola del tesoro junto con la de la perla podrían llamarse parábolas de la ocasión inesperada o del encuentro fortuito.
Hoy se usa el término serendipity para describir la situación de hacer por casualidad descubrimientos afortunados e inesperados: en lugares insólitos y ocultos podemos hallar la densidad y la plenitud de sentido que poseen las cosas y las acciones ordinarias. Ambas parábolas tratan de la proximidad del Reino en Jesús y están en relación con aquel dicho suyo: «Dichosos los ojos que ven lo que veis»: (Lc 10, 23-24)

«El reino pertenece a la categoría de un encuentro sorpresivo, de una buena suerte. Es una ocasión que pasa por la propia vida de manera imprevista y hay que atraparla al vuelo. Trae consigo una sobreabundancia que anula cualquier cálculo» (Ph. Bacq)

Tratemos de imaginar la vida del protagonista de la película dividida en dos etapas: en la primera, vivía en una tranquila posesión de sus bienes; en la segunda, el encuentro inesperado con un tesoro trastorna toda su existencia llenándole de una alegría desconocida hasta entonces. El valor incalculable de lo encontrado, la fortuna inaudita de haber topado con ello, ponen en marcha en él una prioridad absoluta: llegar a poseer ese tesoro. Un rápido contacto con sus posibilidades le hace ver que la única manera de hacerse con el es desposeerse totalmente de todos sus bienes y la pérdida no le detiene porque la garantía que espera es infinitamente mayor. No dilata la decisión, sino que, escondiendo el tesoro de nuevo, se va inmediatamente a venderlo todo para comprar el campo. «Vender» es desprenderse y renunciar a lo que se posee; «comprar» es adquirir: la renuncia acaba en posesión. Estamos ante la extraña lógica del perder para ganar (Mc 8, 35 ) que se apodera, como si fuera una borrachera, de todos aquellos que han encontrado ese tesoro, sea cual sea el nombre que reciba. aquel campo, a la vista de los demás, seguía siendo un vulgar espacio de tierra, sin nada que lo hiciera especialmente valioso. solo quien había encontrado el tesoro poseía un saber secreto que le hacía contemplarlo de una manera absolutamente diferente. La opción que estaba tomando le hacía parecido a Moisés porque estaba viendo lo invisible (cf. Heb 11, 17).

«La conducta del hombre no es del todo legal: encuentra un tesoro y no dice nada a quien en ese momento es su propietario legal, sino que adquiere el terreno al precio normal de mercado, sin revelar el hecho decisivo de que, junto con el terreno, está adquiriendo también el tesoro. Solo piensa en su propia ganancia y actúa como si en el campo no hubiera ningún tesoro. Es la misma astucia en cuestiones de dinero que Jesús describe a menudo y que, en cierto modo debe de haberle fascinado como modelo de sagacidad mundana. Algo análogo ocurre cuando habla del administrador que engañó a su amo (Lc 16, 1-9) o de la necesidad de emplear el patrimonio con ingenio (Mt25). Se trata por doquier de una linea del todo recta: mirar sin escrúpulos por los propios intereses. Jesús no valora esta conducta; solo dice que tal clase de perspicacia debe ser aplicada ahora al ámbito realmente importante: a la consecución de la vida eterna junto a Dios, y es precisamente ese asomo de «criminalidad» lo que fascina a Jesús, pues hace que la gente esté alerta y muestre imaginación y compromiso. Y estas actitudes las desea Jesús para la pregunta de qué aspecto podría tener la vida en presencia de Dios. Jesús opta por aquellos que corren el riesgo de la unilateralidad y apuestan todo por el Reino» (K. Berger) .

Dos parábolas unidas:

Semejante es el Reino de los cielos a…

un tesoro un comerciante
escondido en el campo que busca perlas finas

habiéndolo encontrado habiendo encontrado
un hombre lo esconde una de gran valor
y por la alegría
se va se va
vende todo lo que tiene vende todo lo que tenía
y compra el campo y la compra

Semejanzas y diferencias

* El que descubre el tesoro es quizá un asalariado que trabaja la tierra de otro, mientras que el otro es un comerciante.
* En una el contraste está entre lo escondido/encontrado; en la otra, entre lo buscado/encontrado.
* Uno encuentra por casualidad y el otro estaba dedicado a la búsqueda.
* En las dos parábolas aparecen una persona, un objeto y otro personaje invisible (el dueño del campo y el dueño de la perla), que acabarán cediendo el objeto al otro a cambio de algo.
* En la parábola de la perla el lugar de la «alegría» lo ocupa el calificativo «de gran valor»: por la descripción de la nueva Jerusalén en Ap 21,21 sabemos que las perlas eran la quintaesencia de la belleza y eso se convierte en imagen de la gloria de Dios. El valor de la perla, reconocida por un entendido, pertenece al orden reservado de la belleza y no de los valores útiles.
* Los dos protagonistas se encuentran ante la suerte de sus vidas y toman una decisión: ir/ vender/comprar. La ocasión no permite dedicar un tiempo a la reflexión, como cuando el hombre rico se decía: «¿Qué hago? no tengo dónde almacenar la cosecha…» (Lc 12,17) o como aquel administrador discurría qué hacer cuando ya no tuviera trabajo (cf. Lc 16,3). En estas parábolas hay que tomar de inmediato una decisión sin dilatarla ni un momento. Por eso todo ocurre muy deprisa: dejan atrás todo lo que tienen para comprar el campo o la perla y para ello invierten toda su fortuna. No basta privarse solo de algo, tienen que vender todo lo que poseen porque el valor de lo encontrado es incalculable. Tanto el campo que esconde el tesoro como la perla están en un primer momento fuera de su alcance: lo que hace posible su compra es la desposesión total de los otros bienes poseídos. Es una paradoja que el precio del Reino sea el abandono de los bienes, todo lo contrario de la falsa seguridad que da el dinero. Sus decisiones resultan arriesgadas y un poco locas: vender todo para adquirir una sola cosa, es decir, el valor de algo está en relación directa con la alegría que provoca en nosotros.

En el contexto palestinense el tesoro escondido podía ser una vasija de arcilla con monedas de plata o piedras preciosas. Las numerosas guerras que pasaron por Palestina en el correr de los siglos como consecuencia de su posición entre Mesopotamia y Egipto, obligaron sin cesar a enterrar lo más valioso cuando el peligro amenazaba. Un tesoro romano de la época e Jesús no fue descubierto hasta 1868. En cuanto a las perlas, cerca de Cafarnaún pasa la Vía Maris, una gran ruta comercial por donde llegan las caravanas de Oriente de paso hacia Egipto y los puertos del Mediterraneo: podría verse a los mercaderes con su carga de perlas extraídas en el Golfo Pérsico o los mares de la India.

Otras miradas. «El reino del Padre se parece a un comerciante poseedor de mercancía, que encontró una perla única. Buscad vosotros también el tesoro imperecedero allí donde no entra ni polilla para devorarlo ni gusano para destruirlo» (Ev de Tomás 76).

«Sucede con esto como con un hombre que heredó un terreno lleno de basura. El heredero era perezoso y lo vendió por una pequeñez ridícula. El comprador lo cavó con afán y encontró en él un tesoro. Edificó con ello un gran palacio y recorrió el bazar con una serie de esclavos que había comprado con aquel tesoro. Cuando el vendedor vio esto, hubiese preferido ahorcarse de rabia» (Mid. Cant 4, 12).

«Como los ojos de un marinero miran las estrellas, así la mirada interior del discípulo está fija en el fin que ocupa su pensamiento desde el día en que se decidió a emprender su viaje para encontrar la perla, lanzándose el abismo inexplorado del mar. Su mirada expectante convierte en ligero el fardo de las dificultades que encuentra a lo largo de su camino» (Isaac de Ninive).

«Como un agricultor que busca un tesoro apto para trasplantar un árbol salvaje y se encuentra con un tesoro inesperado, así, cuando Dios nos da a contemplar sabiamente su sabiduria, sin fatiga nuestra y de modo inesperado, encontramos de improviso un tesoro esprirtual» (Máximo el Confesor)

DESCUBRIR SUS ARMÓNICOS

* El término «tesoro» aparece con frecuencia en el AT en relación con la sabiduría que «es para los hombres un tesoro inagotable, y los que la adquieren se ganan la amistad de Dios» (Sab 7, 14). Poseerla «llena toda la casa de tesoros» (Eclo 6,4) y por eso hay que «buscarla como al dinero y desenterrarla como un tesoro» (Prov 2,4) «Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro» (Eclo 6,4) «Un hombre libre y trabajador tiene vida dulce, pero aún más el que encuentra un tesoro» (Eclo 40, 18).

* El tesoro pertenece también al imaginario del NT: «No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones socaban y roban. Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt 6, 19-21).

* Poseer este «tesoro en el cielo» supone tomar decisiones respecto a los bienes: cuando aquel joven que poseía muchos bienes se acercó a Jesús buscando «como obtener vida eterna», la respuesta que escuchó fue esta: «- Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme» (Mc 10, 17-22). Jesús le estaba proponiendo la parábola de otra manera: «Tienes ante ti el tesoro del Reino, venderlo todo para comprarlo «. Pero él no se atrevió a fiarse de la palabra de Jesús ni a hacer suya su convicción sobre el perder/ganar y prefirió su propio criterio sobre la ganancia y la pérdida. Y, aunque se quedó con todo lo que tenía, no consiguió la alegría sino que se fue triste.

* Pablo de Tarso sí se arriesgó a entrar en ese juego de pérdida y ganancia porque el tesoro que había encontrado hizo que relativizara todo lo que anteriormente había dado sentido y seguridad a su existencia y lo consideró como «vendible» con tal de alcanzar el tesoro: «Lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Es más, pienso incluso que todo es basura si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo (…). Yo, hermanos, no me hago ilusiones de haber alcanzado la meta; pero, eso sí, olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama dede lo alto por medio de Cristo Jesús» (Flp 3, 8-14).

* «Por la alegría lo vendió todo»: la alegría genera una fuerza movilizadora que lleva a la decisión de venderlo todo. No estamos ante una invitación al sacrificio o al heroísmo y esa alegría no ha sido perseguida directamente sino encontrada de manera gratuita. También Zaqueo renunció a gran parte de sus bienes por la alegría de recibir a Jesús en su casa (Lc 19 1-10). Es la misma experiencia que hace proclamar a los salmistas: «Has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo» (Sal 4, 8)); «Me sacias de gozo en tu presencia» (Sal 16, 11); «A la sombra de tus alas canto con júbilo» (Sal 63, 8).

* San Efrén, un padre siriáco del siglo IV, comenta que los que se sumergieron en el mar para buscar la perla, tuvieron que hacerlo despojados de sus vestidos: sin esta desnudez que los convertía en pobres como los pescadores de Galilea, nunca hubieran podido alcanzarla. (Efren il Siro, Il dono de la perla. o.c. p. 45)

IMAGINARLA EN LA VIDA

Habla Nicodemo.
San Nicodemo
Siempre me he jactado de ser un hombre de pocas necesidades y de mi desprecio por el dinero. Considero la sabiduría y el estudio de la Ley como mi verdadero tesoro, más que la posesión de bienes y mi conducta intachable de fariseo, ha constituido siempre mi orgullo. Movido por mi ansia de progresar en el saber, fui a visitar a aquel maestro de Galilea de quien todos hablaban, pero lo hice de noche porque algunos fariseos murmuraban sobre él y quería evitar que mi visita suscitara comentarios negativos. Siempre he tratado de mantener mi nombre a salvo de dudas o de sospechas sobre mi honor. Mi entrevista con Jesús no discurrió como esperaba : yo iba buscando un intercambio de opiniones entre sabios, algún progreso en el saber que nos enriqueciera a los dos y por eso me desconcertó aquel planteamiento suyo en torno al «nacer de nuevo». Como no era eso lo que yo venía buscando, me escabullí en la noche con una molesta sensación de inquietud. De todos modos, seguí de lejos sus idas y venidas y continué informado de las cosas que hacía y decía. Algunos dichos suyos me parecieron muy hermosos, como el mashal del hombre que encontró un tesoro y lo vendió todo para hacerse con él. Por eso me parecía una obcecación ver a mis compañeros fariseos empeñaos en difamarle e incluso tramando una conspiración contra él.

En una ocasión sentí que debía levantar la voz en su defensa y lo hice en la reunión del Sanedrín. Era consciente de que estaba arriesgando mi prestigio y por eso adopté un tono de moderad prudencia, pero a pesar de ello experimenté un doble desprecio: el de quienes me escuchaban y el mío propio a causa de mi cobardía. Una extraña angustia se instaló en mí a partir de ese momento y viví con tensa expectación los preparativos de aquella Pascua: en mi interior rogaba a Dios que el Maestro no subiera a Jerusalén, porque se cernían ya sobre él sobrios presagios.

Sin embargo él subió, lo prendieron de noche y comenzó su juicio mientras yo permanecía encerrado en mi casa. Dentro de mí luchaban dos hombres: el fariseo Nicodemo aferrado convulsamente a sus viejas ideas, saberes y prestigio, y otro hombre desconocido para mí, consciente en lo más hondo de que había encontrado un TESORO y tendría que vender todo si quería conseguirlo.

Al atardecer de la víspera de la fiesta, antes que sonara el sofar que anunciaba el comienzo del sábado más solemne del año, tomé la decisión y una misteriosa tranquilidad se apoderó entonces de mí: salí de mi casa, fui a comprar cien libras de perfume y me dirigí con decisión hacia el montecillo donde crucificaban a los condenados. Cuando llegué a la puerta de la muralla, me detuve un instante sabiendo que, si la atravesaba y me acercaba a aquel hombre maldito que colgaba de un madero, mi vida ya nunca volvería a ser la misma. Sentía un desgarramiento en mis entrañas, como si una vida nueva, aprisionada en la matriz de mi pasado, estuviera empujando para salir fuera de lo conocido y hasta entonces poseído. Supe que aquel promontorio rocoso donde estaban clavadas las cruces era el campo que escondía el tesoro y sentí que aquel hombre crucificado entre otros dos, ejercía sobre mí una poderosa atracción más fuerte que todas mis resistencias.

Crucé la puerta de la muralla y me acerqué llevando mis pefumes. Estaba vendiéndolo todo para poseer el tesoro. Estaba naciendo de nuevo.

EXPRESARLA EN UN BLOG

Hoy me he llevado una sorpresa. He llamado a unos amigos para preguntarles si ya había firmado la escritura del nuevo piso en la playa que estaban apunto de comprar, y mi amiga Marta me ha dicho que han dado marcha atrás en la decisión. Ha debido notarme tal voz e asombro, que me ha invitado a cenar y me ha dicho: » – Hay otra novedad que te va a asombrar más aún». Reconozco que he llegado esta noche a su casa con bastante curiosidad y muchas preguntas, porque sé cuanta ilusión tenían con la nueva vivienda, la de tiempo que lleva ahorrando y la suerte que ha tenido de encontrar un piso que se ajustar a lo que andaban buscando. ¡ Y hasta me habían ofrecido, con la esplendidez que les caracteriza, ponerlo a mi disposición para algún puente que tuviera libre…!

Durante la cena he notado en ellos, también en los niños, un tono de especial alegría, como si les divirtiere tenerme en suspense y estuvieran reservando para el final una sorpresa de la que eran cómplices. La sorpresa ha llegado dentro del sobre que me han entregado en la sobremesa con la foto de una niña de unos tres años de tez oscura y ojos chispeantes. » – Se llama Arati, es huérfana y sorda de nacimiento, vive en Gujerat y la conocimos por casualidad en el viaje a la India que hicimos hace unos meses. Fuimos al orfanato a saludar a una monja española, hermana de un amigo nuestro; ella tenía a Arati en brazos y la niña nos clavó una mirada tal que nos sentimos perdidos: sin pedirnos permiso, había conseguido meterse en nuestro corazón. Como atraídos por un imán, volvimos a verla al día siguiente y al otro y, ya en España, después de hablarlo con nuestros hijos, hemos decidido adoptarla. Ya están en marcha los trámites legales que, seguramente serán largos y costosos. Así que, claro, había que elegir entre comprar la casa o acoger a Arati, y comprenderás que no podíamos ni dudarlo…

Desde que tomamos la decisión tenemos dentro una alegría muy grande, que casi nadie entiende: la reacción de la mayor parte de la gente a la que se lo contamos es de alarma ante algo que les parece un disparate. No comprenden que nos metamos en semejante embrollo y nos preguntan si hemos medido bien las complicaciones que se nos vienen encima justo ahora que a «Adriana y a Jorge ya los tenemos criados» y va a ser como empezar otra vez… La verdad es que el otro día, después de escuchar a los abuelos, nos quedamos un poco agobiados ante tantas advertencias y llamadas al sentido común, y nos preguntábamos si tendría ellos razón o si nosotros hemos perdido el juicio. Pero cuando esa noche abrimos el Evangelio, ¿a que no sabes el texto que nos salió? ¡La parábola del tesoro!: «Sucede con el reino de los cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo esconde de nuevo y, lleno de alegría, v, vende todo lo que tiene y copra aquel campo» (Mt 13, 44). Ahí hemos encontrado la clave de todo: Arati es un tesoro que nosotros no andábamos buscando, sino que la hemos encontrado y trae con ella cosas que no tienen precio: vamos a ensanchar nuestra familia, a poner nuestros valores en su verdadero lugar y a ofrecer a nuestros hijos la posibilidad de abrirse a lo diferente, a convivir con alguien que tiene una minusvalía y eso puede desarrollar en ellos cosas tan bonitas como el cuidado y el respeto y ayudarles a crecer en otras claves distintas a las que propone esta sociedad en que nos movemos. Pero sobre todo, lo que más nos ha confirmado y serenado ha sido esta alegría casi inexplicable que nos ha invadido, después de tantas incertidumbres y zozobras como teníamos antes de tomar la decisión. Estamos de verdad contentos y de la renuncia a la casa casi ni nos acordamos. Nos pasa un poco como al hombre de la parábola: vendió todo lo que tenía y compró el campo que escondía el tesoro y no se dice ni una palabra de si le costó o no renunciar a sus posesiones, porque la alegría había ocupado todo su «espacio emocional». Bueno, pues ya sabes, no podemos invitarte a pasar un fin de semana en la playa, pero, cuando llegue Arati, ven lo antes posible a conocerla y te avisamos de que tendrás que aprender algo del lenguaje de signos. ¡Nosotros ya estamos en ello!.

Al volver a casa esa noche, emocionada de haber tocado tan de cerca el Evangelio, también yo lo he abierto par volver a leer la paábola: Ahora el protagonista ya no es anónimo sino que se llama Marta, Andrés, Jorge y Adriana. El campo no está en Palestina sino en un paìs tan lejano llamado India y el tesoro tiene nombre propio y se llama Arai. Pero la alegría sigue siendo la misma en la historia que contó Jesús y en la realidad. Se ve que es él quien conoce su secreto…

mapa de India

ENCONTRAR UN TESORO

* Tú eres el tesoro, tú eres la perla preciosa. No te he encontrado yo a ti sino que has sido tú quien me ha encontrado y has desencadenado en mi vida tal torbellino de alegría, que todo lo que antes poseía ha dejado de parecerme valioso.

* Cuando temo adentrarme en ese fondo oscuro de la tierra de mi corazón, me aseguras que en lo más hondo está escondido el tesoro de tu presencia y de tu inagotable misericordia.

* También tú encontraste un día el tesoro de nuestra humanidad escondida en el campo del universo y, por la alegría, vendiste los privilegios de tu condición divina y el ojo que todo lo ve, y compraste ese campo.

Dolores Aleixandre
(Un tesoro escondido. Las parábolas de Jesús Ed. CCS)

El Tesoro
eltesoro.mp3

EL TESORO

He encontrado un tesoro
el que siempre he buscado
y lo llevo tan dentro que
nunca lo perderé.

Lo que había en mi vida
como nada ha pasado
he dejado aquello que
no me hablaba de Ti.

TÚ ERES MI GRAN TESORO.
TÚ QUE ME HAS DADO
EL AMOR.
VIVO Y CADA DÍA ENCUENTRO
EN EL GOZO DE AMAR
MI LIBERTAD.

Te he ofrecido mi vida
la tomaste aquel día
pero sé que la encontraré
donde está mi tesoro.

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