Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
(Sal 41)
Hay días en que olvidas los motivos.
El entorno se vuelve desierto árido, monótono.
Hay días en que lo cambiarías todo por una caricia.
Días en que calla la voz interior, cuando mi hacer el bien parece no tener sentido, cuando el mundo resulta una causa perdida y el evangelio es un idioma incomprensible. Días en que no te sientes hermano, ni amigo, ni hijo.
Días desde escepticismo, en que el samaritano decide pasar de largo, Zaqueo no sube al árbol, y solo sobrevive el joven rico.
Días en que vencen los fantasmas interiores.
Quieres gritar, protestar, reclamar la paga prometida, negociar una rebaja.
Pero no des demasiada cancha al drama.
Mira tu vida con desnudez benévola, respeta el desaliento, sin darle el centro y la corona, y rescata la memoria de las causas, de la presencia, de la ilusión.
El samaritano sigue en marcha.
Él también tiene días grises. Zaqueo espera un encuentro. El joven rico aún piensa en el camino que no eligió.
Y en lo profundo, más allá de fantasmas y demonios,
late Dios.
(José M. Rguez. Olaizola)