IDENTIDAD DEL AGENTE PASTORAL
El tesoro de nuestro barro
“Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.”
2° Corintios 4,7
Ante un mundo fragmentado, y la experiencia dolorosa de nuestra propia fragilidad, se hace necesario, urgente, imprescindible, ahondar en la oración y la adoración. Ella nos ayudará a unificar nuestro corazón y nos dará “entrañas de misericordia” para ser hombres Y mujeres de encuentro y comunión, que asumen como vocación propia el hacerse cargo de la herida del hermano/a. No priven a la Iglesia de su ministerio de oración, que les permite oxigenar el cansancio cotidiano dando testimonio de un Dios tan cercano, tan otro: Padre, Hermano, y Espíritu; pan, compañero de camino y dador de vida.
Somos frágiles, la situación social nos golpea, los medios de comunicación nos «asaltan» el pensamiento y entran en nuestros hogares sin pedir permiso y con mensajes que, en numerosas ocasiones resultan nocivos para la formación. Esta fragilidad y este «asalto» nos permite una buena referencia al texto de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37).
Anunciar el Kerygma, resignificar la vida, formar comunidad, son tareas que la Iglesia les confía de un modo particular a los agentes de pastoral. Tarea grande que nos sobrepasa y hasta por momentos nos abruma… También nosotros/as, ante esta nueva invasión pseudocultural que nos presenta los nuevos rostros paganos de los “baales” de antaño, experimentamos la desproporción de las fuerzas y la pequeñez del enviado/a. Pero es justamente desde la experiencia de la fragilidad propia en donde se evidencia la fuerza de lo alto, la presencia de Aquél que es nuestro garante y nuestra paz.
Muchos agentes de pastoral se sienten cansados/as hasta antes de empezar. Por experiencias anteriores, por deseos de «dejar la tarea pastoral, aunque sea por un año», por expectativas incumplidas, por falta de respuesta…
…con la misma mirada contemplativa con la cual descubres la cercanía del Señor de la Historia, reconozcas en tu fragilidad el tesoro escondido, que confunde a los soberbios y derriba a los poderosos. Hoy el Señor nos invita a abrazar nuestra fragilidad como fuente de un gran tesoro evangelizador. Reconocernos barro, vasija y camino, es también darle culto al verdadero Dios. Porque sólo quien se reconoce vulnerable es capaz de una acción solidaria. Pues conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) de quien está caído al borde del camino, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro/a su propia imagen, mezcla de tierra y tesoro, y por eso no la rechaza. Al contrario la ama, se acerca a ella y sin buscarlo, descubre que las heridas que cura en el hermano/a son ungüento para las propias. La compasión se convierte en comunión, en puente que acerca y estrecha lazos.
Ni los salteadores ni quienes siguen de largo ante el caído, tienen conciencia de su tesoro ni de su barro. Por eso los primeros no valoran la vida del otro y se atreven a dejarlo casi muerto. Si no valoran la propia, ¿cómo podrán reconocer como un tesoro la de los demás?
Quienes siguen de largo a su vez, valoran su vida pero parcialmente, se atreven a mirar sólo una parte, la que ellos creen valiosa: se saben elegidos/as y amados/as por Dios (llamativamente en la parábola son dos personajes religiosos en tiempos de Jesús: un levita y un sacerdote) pero no se atreven a reconocerse arcilla, barro frágil. Por eso el caído les da miedo y no saben reconocerlo, ¿cómo podrán reconocer el barro de los demás si no aceptan el propio?
Si algo caracteriza la pedagogía pastoral, si en algo debería ser experto/a todo agente pastoral, es en su capacidad de acogida, de hacerse cargo del otro/a, de ocuparse de que nadie quede al margen del camino. Por eso, … te invito a que renueves tu vocación de agente de pastoral y pongas toda tu creatividad en “saber estar” cerca del que sufre, haciendo realidad una “pedagogía de la presencia”, en el que la escucha y la projimidad no sólo sean un estilo sino contenido de la acción pastoral que realices.
A esto estamos todos y toda llamados/as; es la tarea prioritaria; inclusive más importante que la transmisión de los contenidos; porque los contenidos llegarán, seguro, en el momento apropiado si sabemos preparar el terreno con la pedagogía de la presencia.
Y en esta hermosa vocación artesanal de ser “crisma y caricia del que sufre” no tengas miedo de cuidar la fragilidad del hermano desde tu propia fragilidad: tu dolor, tu cansancio, tus quiebres; Dios las transforma en riqueza, ungüento, sacramento.
Por tanto no debe asustarnos que llevemos el tesoro en vasijas de barro. El Señor no nos llamó por nuestras virtudes ni por nuestra perfección; nos llamó porque somos sus hijos/as, porque nos ama y lo hemos escuchado.
Es en la fragilidad donde somos llamados/as a ser agentes de pastoral. La vocación no sería plena si excluyera nuestro barro, nuestras caídas, nuestros fracasos, nuestras luchas cotidianas: es en ella donde la vida de Jesús se manifiesta y se hace anuncio salvador. Gracias a ella descubrimos los dolores del hermano y de la hermana como propios.