La Invención de la Santa Cruz

14 Sep, 2013 | Escritos A. Amundarain

1ª MEDITACIÓN

Amadísimas hermanitas: Considerando la festividad de hoy, la Invención de la Santa Cruz, encontramos una lección que debemos esculpir en nuestro propio corazón. Después de la destrucción de Jerusalén, los gentiles levantaron monumentos a sus dioses en los santos lugares; en el de la Santa Cruz, una estatua a la diosa Venus. En el triunfo de Constantino contra Majencio, aparece en el cielo un signo con estas letras: “Con este signo vences”. Y venció. Después de esta señal fue bautizado. Su madre, Santa Elena, quiso ir a Jerusalén y allí fue presurosa hasta encontrar la cruz verdadera.

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El Patriarca de Jerusalén mando aplicar las tres cruces que se encontraron a una enferma para averiguar cuál era la verdadera, y como sanase ésta al contacto de una de ellas, mostró ser aquella la verdadera reliquia. En aquel lugar levantó un templo Constantino en que se veneró la Santa Cruz. Los judíos no creían en Venus, pues esperaban aún al verdadero Mesías; por esto no pusieron estatuas de dioses, sino que se limitaron a hacer desaparecer todo vestigio cristiano sobre la pasión, desterrando todas las cruces. Después de Tito y Vespasiano, los romanos no se contentaron con este proceder de los judíos, y sustituyeron durante dos siglos la Santa Cruz por la estatua de Venus, hasta que Santa Elena restableció el sagrado símbolo.

Aplicación. En el momento presente nos encontramos con análogo caso. Hay gente que sigue la táctica de los judíos; enterrar la cruz, hacerla desaparecer. No destruir, sino ocultar como algo que molesta. Hay que evitar que rija la cruz totalitariamente. Hay que desterrarla con su significación y prácticas propias, buscando una vida más suave. Enterrarla con su mortificación, austeridad y sacrificio. Esto aun entre católicos. Hay que vivir sin violencias, vida sin cruz… Hay otros que no se contentan con enterrar la cruz, sino que la sustituyen por la diosa del placer: diversiones, placeres, bailes, deportes, vida regalada. Se antepone la diosa Venus a la Santa Cruz. Hoy nos encontramos en este caso.

La Alianza es una vida opuesta. Sigue siempre las huellas de la Cruz. En la Obra todos los símbolos llevan como remate la Santa Cruz. No es un adorno más. Es el signo de nuestra vida. No gusta a nuestra naturaleza la cruz, es contraria a ella; le agrada lo suave, lo cómodo; instintivamente huimos de ella. ¡Cuántas almas en esta huida han quedado esclavas de su naturaleza, de sus pasiones, llegando hasta la propia corrupción, teniendo un origen de vida buena y aún piadosa, pero que fueron buscando una postura más cómoda, un confesor más tolerable! Y fueron aflojando hasta que en su vida quedó sustituida la cruz por la estatua de Venus. Esto es historia de muchas… No faltarán en nuestra vida consejos contrarios a sus características y consignas. También la historia nos muestra esto en la vida de la Iglesia.
En el primer tiempo, después de enterrada la Cruz, hasta el triunfo de Constantino, padece violencia y persecuciones. Y esto que se dice de la Iglesia es aplicable a todas las Instituciones católicas, y también a cada alma, a cada hermanita. En ese caso nuestra respuesta a tales consejos con que se pretende desviar nuestra vida, enterrando la cruz, nuestra respuesta ha de ser esta misma: “Hoc signus vinces”.

Los sacerdotes vemos a cada momento prácticamente esto. A la hora de la muerte siempre se da a besar la santa Cruz no una estatua de Venus. Mas este signo es un símbolo que precisa una realidad. La Cruz de Cristo es una cosa sagrada que nos ayudará, pero no basta. Es precisa tu vida. Tú misma has de ser crucificada. No una cruz de madera, plata o mármol. Tú has de ser la cruz. La cruz de madera fue un oprobio. La Cruz de Cristo, su Carne, fue el triunfo. Al igual de la serpiente de bronce de Moisés, pudo Cristo redimirnos con una cruz de metal. Quiso hacerse Él mismo cruz… Nos redimió en la Cruz de su Carne.

Es preciso hermanita que tú te hagas cruz… Es necesario seguir fielmente nuestras consignas, nuestra cruz. Cristo nos ha marcado el Camino, su Camino… La liturgia exige que en el Altar del sacrificio no figure sólo la cruz, sino con Jesús crucificado. Este es nuestro símbolo. A Él también le repugnaba la cruz; le costaba. Por eso acudió a la oración de tres horas. Así también nosotros. Fortalezcámonos en la oración. Así llegaremos a ser cruces de carne. Ni la Obra, ni nosotros triunfaremos de otro modo. Hermanitas: “HOC SIGNUS VINCES”.

Antonio Amundarain.
Mayo 1953