Sentido cristiano y comunitario de la Renovación

20 Oct, 2011 | Oración y reflexión

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SENTIDO CRISTIANO Y COMUNITARIO DE LA RENOVACIÓN

EL SENTIDO CRISTIANO DE LA RENOVACIÓN

Parece que en nuestro tiempo la necesidad de la renovación, de la reforma y del cambio radical se va sintiendo de manera más dramática, por lo me¬nos a nivel político y social. Además de la crisis económica, que nos está obligando a replantearnos nuestro Standard de vida, hay hechos puntuales, que han llamado la atención del mundo en este 2011.

● El año comenzaba con un hecho nuevo. En la ciudad tunesina de Sidi Bouzid, el 4 de enero Mohamed Bouazizi, un joven de 27 años, vendedor ambulante de fruta y de verdura, decide quemarse públicamente, para protestar contra la policía que le acusa de no tener la debida licencia y le confisca la mercancía, su única fuente de mantenimiento. Mohamed ha estudiado, incluso se ha laureado, pero no encontrando trabajo se puso a vender por la calle. Como consecuencia de los desórdenes y de la protesta colectiva de solidaridad con Mohamed, cae después de 23 años el régimen de Zine Ben Alì.

Algunos días más tarde un millón de personas se reúne en la plaza Tahrir, en el Cairo, obligando el 11 de febrero al Presidente Hosni Mubarak a presentar su dimisión. Como un incendio la rebelión se extiende a otros países árabes: Marruecos, Algeria, Yemen, Irán, Libia, Siria, en contra de los regímenes que duran después de decenios.

● Lleva el nombre del 15 de mayo el movimiento llamado “de los indignados” en España: es la fecha en que comenzaban las asambleas de jóvenes en la Puerta del Sol en Madrid. Miles de jóvenes se han pasado la voz por internet, haciendo propio el grito de un hombre de 94 años. Stéphane Hessel, autor de un pequeño best seller “Indignaos”. Aunque las reivindicaciones del 15 de mayo pueden parecer, y lo son en tantos aspectos, de izquierda, los indignados se definen como un movimiento apolítico, pero con reivindicaciones muy concretas: reforma electoral para una democracia más representativa de la base, lucha contra la corrupción, contra los privilegios, contra el absentismo, la inmunidad y contra el aumento salarial de los políticos, publicación obligatoria del patrimonio de los políticos, separación efectiva de los poderes públicos, creación de mecanismos de control ciudadano en vistas a la transparencia.

● El 22 de julio, en Noruega, un joven de 32 años, Anders Behring, decide realizar un sueño que cultivaba en su mente desde hacía tiempo: dar una lección a Europa y a su país, matando muchachos mucho más jóvenes que él, atraídos por una política progresista y multicultural. Primero una bomba en el centro de Oslo y después su fusil automático en la isla de Utoya logra 77 víctimas, la mayor parte jovencísimos. Junto con estos muchachos caen uno después de otro una serie de mitos: Noruega como país perfecto, donde los policías caminan desarmados; el pacifismo, unido automáticamente al progreso; y sobre todo la ilusión de que el enemigo está fuera y lejano, ya sea que se trate del terrorismo islámico o de los emigrantes hambrientos y envidiosos del bienestar de otros.

En estos tres hechos los jóvenes son los protagonistas: muestran un camino para el futuro. 10 días después de la catástrofe de Utoya, muchos de los muchachos, que sobrevivieron, veían en el amor la única respuesta que había que dar a quien había matado por odio. Esto nos hace recordar la profecía de Joel, que aparece también en los Hechos de los Apóstoles:

Esto es lo que ha de suceder después:
Yo derramaré mi Espíritu sobre cualquier mortal.
Tus hijos y tus hijas profetizarán,
Los ancianos tendrán sueños
Y los jóvenes verán visiones. (Joel 3,1; Hechos 2,17).

Los jóvenes muestran a los adultos y a los ancianos los motivos por los cuales hay que vivir y luchar: la libertad, la justicia y el amor. Valores de siempre, pero con respuestas nuevas a nuevos escenarios. Nos dicen que amar la paz no significa siempre cerrar los ojos. Se puede ser pacifista pero al mismo tiempo indignarse. Se puede renunciar a las armas pero no al derecho de decir “basta”, cuando llega el momento.

La renovación cristiana depende, de esta pregunta: ¿Qué es propiamente lo cristiano? Pero no de esta otra: ¿Qué piden los tiempos modernos? El cristianismo no es una casa comercial, que esté angustiosa-mente preocupada por ajustar su propaganda al gusto y al ambiente del público, porque tiene que despachar una mercancía que muchos clientes no quieren ni necesitan de hecho; si fuera así, habría que aceptar poco a poco la bancarrota de la empresa.

La fe cristiana, y usando una imagen incompleta, es más bien como una medicina, que no debe condicionarse a los deseos del paciente ni a lo que le sabe bien, si no quiere dañarle; debe exigir que los hombres se aparten de sus necesidades imaginarias, que son su verdadera enfermedad, y se con¬fíen a la dirección de la fe.

La verdadera renovación es aquella que trabaja por lo verdaderamente cris-tiano; la falsa renovación es aquella que corre tras el hombre, en lugar de guiarlo, y transforma así al cristianismo en una tienda de baratijas que mar¬cha mal y grita para atraerse a la clientela.

La Iglesia, sin embargo tiene que ir, como Cristo, detrás de los hombres y buscarlos dondequiera que estuvieren. La renovación, que pedimos a la Iglesia, es que haga presente hoy y ahora, en las circunstancias de nuestro mundo el espíritu y el mensaje de Cristo, su cercanía, su misterio, su profe-tismo.

Lo nuevo y la renovación constituyen una necesidad muy peculiar en la historia del pueblo de Dios. El cristianismo nació como renovación y re¬forma del Antiguo Testamento. Este hecho pertenece a su esencia y a su definición permanente, que ha entrado en su propio nombre: el cristia¬nismo es el «Nuevo» Testamento; es, por esencia, renovación perpetua del hombre viejo para renovarle, renovación de la antigua alianza para hacerla nueva. Su ser consiste en la perenne novedad del paso constante de la antigua a la nueva alianza, del hombre como es ahora y ha sido siempre, al hombre como debe ser ahora y para siempre.

Karl Rahner S.J., ha sido uno de los teólogos más importantes del siglo XX. Su teología influyó mucho en el Concilio Vaticano. El solía decir de sí mismo que era un hombre “que esperaba llegar a ser cristiano”. Cuando, en cierta ocasión, le preguntaba un periodista cómo podía hablar así después de más de cincuenta años dedicados a la investigación teológica, Rahner respondía que “ser cristiano quiere decir estar siempre haciéndose cris¬tiano”.

La renovación es un camino permanente hacia los grandes ideales de la vida, hacia los sueños más nobles que tiene la Iglesia, nuestras congregaciones y nuestra sociedad.

La búsqueda de Jesús

En la introducción a su libro “Jesús de Nazaret”, Benedicto XVI reconoce que esta obra suya es parte de su camino de búsqueda del rostro del Señor. Podría quedarse sorprendido el que crea que el Papa, sobre todo si ha sido Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, está libre de los problemas de los comunes mortales; al contrario, también él está en camino.

Nuestras conexiones habituales, que pueden ser la televisión, Internet, correo electrónico o una red social, deben ceder el puesto a la conexión permanente con el Espíritu de Jesús.

Hay algo que sostiene a la persona en las fases de su vida y nos hace seguir siempre hacia delante en nuestro camino de búsqueda y de renovación: descubrir que la solidez de la vida no consiste en un proyecto ni en la realización de nuestros deseos, sino en la experiencia verdadera del amor a Jesús, la misma que hacía decir a san Pablo: cuando soy débil entonces es cuando soy fuerte .

Actualmente los cristianos se encuentran ante declaraciones de principio que son muy hermosas y de las que de ninguna manera nos es lícito dudar, como aquella formulada por el documento de Aparecida:

“Conocer a Jesús es el mejor regalo que una persona puede reci¬bir, haberlo encontrado es la cosa mejor que le puede ocurrir en la vida; y darlo a conocer con nuestras palabras y nuestras obras es nuestro gozo” .

El problema está en ese verbo: conocer, con el que está estrechamente unido el otro verbo: amar. No se puede amar ni se puede hacer amar sino lo que se conoce.

Estoy convencido de que un conocimiento gradual, positivo, de la figura de Cristo tal como se nos muestra en los evangelios, nos ayuda mucho. Nuestras comunidades deben ser siempre “peregrinas”, a la escucha de la Palabra de Dios, abiertas a la acción del Espíritu y a la espera del adveni¬miento definitivo de Jesucristo; una comunidad que ve la realidad con los ojos de la esperanza cristiana y la transmite. Vivimos el Evangelio como “buena noticia” que cambia realmente nuestra manera de vivir. Miramos el presente en la perspectiva del Reino de Dios, con esperanza. Nuestra espe¬ranza tiene que ser fiable, las semillas del Reino de Dios están firmemente plantadas.

Para llegar a amar a aquel que hemos conocido, hasta conseguir que sea el centro de nuestra vida, nos vamos a enfrentar siempre con un problema cuya importancia el Papa Benedicto XVI ha subrayado.

Ya en su primera encíclica el Papa había dicho:

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Per¬sona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orien¬tación decisiva” .

Hoy día cuando la gente es propensa a considerar la fe cristiana prevalen-temente como un código de comportamiento, o a hacerla consistir en una serie de valores, esta afirmación de Benedicto XVI es extremadamente im¬portante además de comprometida: El encuentro con una Persona que da para siempre un nuevo horizonte a nuestra vida. Esta afirmación debe guiar siempre nuestro proceso de renovación y de conversión.

Para poder adoptar una postura seria y responsable ante la fe cristiana, debemos conocer mejor la persona misma de Jesucristo y todo lo que puede significar de interrogante, desafío, interpelación y promesa para el hombre de todos los tiempos. Éste es un reto permanente en la vida de todo cristiano.

Los discípulos de Emaus resumieron así la identidad de Jesús: profeta poderoso en palabras y en obras. Algunos rasgos de este profeta poderoso, que deben estar vivos en la vida de aquellos que le conocemos y le amamos podrían ser éstos:

● La voz de Jesús es una voz alternativa. Jesús lee la historia a la luz de la compasión de Dios: ésta es su fuerza y lo que le hace diferente y capaz de indignación. “El mundo puede caminar de manera diversa a como camina”, es lo que la gente percibía cuando Jesús visitaba sus aldeas: un mundo diverso es posible. Esta es la causa de los choques de Jesús con el poder religioso y civil, arropados por su misma naturaleza en sus propios privilegios. Una voz alternativa provoca siempre choques y confrontaciones.

● Jesús es un hombre que no pertenece al sistema. Jesús no es sacerdote por unción, no es hombre de la ley, no tiene estudios ni títulos de la Academia de Jerusalén. La autoridad con que él enseña, es diferente de la autoridad de los escribas , no se basa en la continuidad de la tradición ni en la fuerza de los argumentos; nace del Espíritu y vive simplemente de su experiencia personal de Dios.
Jesús es el hombre del Espíritu; inspirado y guiado por el Espíritu realiza la misión que el Padre le ha encomendado a pesar de las críticas y amenazas que le llegan.

● El “aquí” de su Reino. A diferencia de los profetas anteriores a él, Jesús no sólo anuncia y denuncia, sino que hace abrir los ojos: “el reino de Dios está aquí, está cerca, está en medio de vosotros”. Ésta es la verdadera “novedad”. Con Jesús es como si Dios “se arremangara” para no dejarnos solos ante el sufrimiento y ante los motivos de desesperación. Con Jesús no nace una religión, sino un modo nuevo de relacionarse con Dios, que nos impulsa a darle una mano para que Él comience efectivamente a reinar.

Frecuentemente no hacemos nada más que escuchar, y lo hemos confundido con el pensar. Y de esto nace un resultado que consideramos una bendición: su nombre es “opinión pública”. Resuelve todo. Algunos hasta creen que sea la voz de Dios.

● Los gestos concretos. Jesús no ofrece definiciones del Reino. Acude a los gestos, que manifiestan la grandeza del corazón de Dios y dan vida: gestos de liberación, de sanación, de perdón, de acogida incondicional. Está lejos de los palacios y visita la casa de los sencillos. Cuenta parábolas para decir: si Dios reinase, el mundo sería así, no como lo estáis construyendo vosotros. Un mundo donde se es hermanos unos de otros, donde reina la justicia, donde la vida sería respetada y cuidada, donde se lucha contra toda forma de esclavitud. Jesús era provocador y escandalizaba. Lo sabía muy bien. Sabía que a causas de sus continuos escándalos sería ejecutado. Era la única manera de despertar a un pueblo aletargado y cansado de sufrir.

● Una pasión que devora. En un cierto momento de la vida de Jesús, el reino se convierte en su idea fija, tanto que le llena cada jornada y lo impulsa a afrontar la muerte. “No tiene donde reclinar la cabeza” . Pasa “haciendo el bien y sanando a todos aquellos que estaban bajo el poder del diablo” . Para él pensar en Dios es pensar en su reino: es lo mismo que pide a sus discípulos: “buscar el reino de Dios y su justicia”, ante todo.

● Un Dios al servicio de la vida. Si para el poder religioso lo más importante es la observancia de la ley y el respeto por el sábado, Jesús tiene en su corazón la vida; le preocupa la recuperación de los pecadores, no las distinciones entre puro e impuro. El suyo no es el Dios de la ley, del orden, del status quo, sino el Dios de la misericordia y del perdón. Si el poder político se apoya sobre la riqueza, Jesús invita a darle nada más que cuanto le pertenece, reservando para Dios todo lo que es suyo, comenzando por la vida. O Dios o la riqueza.

● A partir de los últimos: Jesús realiza su misión a partir de los excluidos, de los marginados, de quien no tiene a nadie que le haga justicia. Encuentra a los sin tierra y dice: “dichoso el que no tiene nada porque de él es el Reino de Dios”. No sólo: él comparte su suerte desde su nacimiento. Sus gestos son una manera de decir: Quien no interesa a nadie, está en el corazón de Dios. Sentarse a la mesa con los publicanos y las prostitutas, dejarse lavar los pies por quien “ha amado mucho”, es otro distintivo del reino. Jesús nace en un tugurio de una aldea. Jesús se hará presente allí donde las gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el sufrimiento y ofreciendo el perdón del Padre. Dios se ha hecho carne, no para permanecer en los templos, sino para “poner su morada entre los hombres” y compartir nuestra vida.

● Un Dios contra la indiferencia. Mientras los poderosos y los ricos gozan, la gente sufre: es esto lo que le causa indignación a Jesús, con un grito que quema las conciencias. Llega a llorar sobre Jerusalén, que no ha conocido el camino que conduce a la paz , alerta a sus discípulos contra los jefes de las naciones que dominan y oprimen . Serán esos jefes los que decretarán su muerte, por villanía, como en el caso de Pilatos, o por una reacción dura contra un hombre que causa fastidio. Jesús pondrá fin a los que viven fuera de la ley, muriendo fuera de la ciudad santa.

En síntesis, deberemos prevenirnos de un riesgo, cuando miramos a Jesús profeta a servicio del reino de Dios: el riesgo de hacer consistir el reino en algo que se desarrolla en la interioridad o que se limita a la conciencia. Jesús ha venido para decirnos que Dios es soberano con relación al mundo. Ha venido para decirnos qué piensa Dios de nosotros, qué quiere de nosotros y cómo debemos situarnos nosotros ante Él. No viene para inaugurar métodos sofisticados de experiencia religiosa. Viene para hablarnos de gracia, de redención, de nueva creación, de juicio: ser cristianos significa tomar conciencia de la libre iniciativa de Dios y hacer de la palabra de Cristo el fundamento último y el criterio decisivo de nuestra existencia.

Una espiritualidad cristo céntrica tiene que tener en cuenta todos esos rasgos de la vida de Jesús. Seguir a Jesús no significa solamente recordar su vida, sino vivir como Él vivió y amar como Él amó. Dar una mano a Cristo para que siga creciendo su reino nos exige decisiones arriesgadas y valientes, acciones concretas, que nazcan del Espíritu Santo, que es el alma de nuestras comunidades y nos impulsa a superar pasividades y mediocridades. Decisiones personales y comunitarias que nos ayuden a crecer en nuestra mística y que se traduzcan en compromisos reales. Espiritualidad no es sólo oración; por ser “vida” implica todos nuestros comportamientos humanos, sociales y religiosos.

No sé cuántos de los indignados de Madrid se habrán inspirado en el Evangelio para su protesta. Quizás ninguno. Sí sé que Dios tiene otros caminos para hablar, a partir de la conciencia personal y del compartir fraterno. Los jóvenes de Madrid nos dicen que no podemos ser proféticos sin un mínimo de santa indignación.

La palabra “indignación” ha quedado fuera de nuestro vocabulario, sobre todo eclesial. Y sabemos, sin embargo, que no solamente se indignaron los profetas: lo hizo Moisés de frente al pecado de idolatría, lo hizo el pueblo cansado del maná en el desierto, lo hizo Jesús en el Templo, se indigna el mismo Dios cuando ve que el pueblo traiciona la alianza.

Se indigna el pueblo humano cuando se ve despojado de su dignidad. Indignado es el que toma conciencia de una dignidad atropellada y pisoteada por los abusos. Indignarse, en este caso, se eleva al nivel de virtud, de una opción ética necesaria. Non indignarse es propio de quien ha perdido la conciencia de haber sido creado -él y sus semejantes- a imagen de Dios: una imagen que nada ni nadie tiene el derecho de enfangar.

Los indignados de Madrid nos recuerdan que nuestro Dios no es un Dios de la filosofía, sino de la historia y que no podemos dormir dulcemente mirando hacia un mundo donde el 80% de los recursos está a disposición del 20% de los seres humanos. O donde el 40% de la humanidad vive con menos de 2 dólares al día; un mundo donde 10 niños mueren cada minuto por haber bebido agua contaminada y 21 por falta de medicinas; un mundo donde los países ricos destinan como ayuda al desarrollo menos de lo que daban en los años ’90; un mundo donde lo que ha sido entregado para aliviar a la banca de la crisis, hubiera bastado para resolver el hambre en el mundo en los próximos 50 años. “No es el dinero lo que falta, son los ladrones los que sobreabundan”, decía un cartel de los indignados.

P. JUAN MANUEL LASO DE LA VEGA CSsR

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