LA IMAGEN SACERDOTAL DE D. ANTONIO CRECE Y SE AGIGANTA
Tomado de la declaración de Mons. Jacinto Argaya, que conoció y trató al Venerable Antonio Amundarain. (Proceso, pp. 997-999).
Yo, como obispo de San Sebastián, tuve el honor y el grandísimo gusto de bendecir y colocar en el baptisterio de Elduayen la lápida conmemorativa de D. Antonio Amundarain en una solemnidad concurridísima e inolvidable. En la homilía entonces predicada dije que fue “siempre, todo y solo sacerdote”, frase que caló profundamente en el corazón de muchas aliadas oyentes, pues muchas veces cuando me saludan me la repiten.
Por lo que se refiere a su actividad como párroco de Zumárraga, he captado en mis visitas episcopales a dicha parroquia, que fue un sacerdote de fe viva y operante. El gran motor de su vida sacerdotal fue indudablemente su fe. La demostraba haciendo de la Santísima Eucaristía la cima y cumbre de su vida sacerdotal.
También la devoción a la Santísima Virgen fue filial, si cabe decirlo, ardorosa. Conmovía al pueblo la devoción y las visitas que hacía a la Virgen de la Antigua, patrona de dicha parroquia.
Asiduo al confesionario y al cuidado de los enfermos y sereno en las tormentas que tuvo que padecer. Supo aguantar bien las dificultades de la fundación de la Obra. Bien es verdad que le consolaba y reconfortaba el apoyo de los ilustres canonistas, Cardenal Larraona y P. Goyeneche en quienes confió plenamente. En otros contratiempos que tuvo que sufrir y que sufrió se mantuvo sereno en todo momento.
Siempre le consideré en su juicio y actitudes como hombre prudente, obediente totalmente no sólo a las normas generales de la santa Iglesia, para él sacratísimas, sino incluso con sus superiores eclesiásticos.
En cuanto a la caridad, en su hablar, en sus juicios y en sus actos fue verdaderamente admirable. Era tan ancho de corazón en sus palabras y comportamiento con el prójimo, que fue siempre bueno con los buenos y con los malos, y nunca malo ni con los malos ni con los buenos.
Le vi siempre como sacerdote pobre y modesto.
Por lo que se refiere a la castidad, su vida, en lo que yo sé, fue siempre limpia como un cristal.
Era ejemplar, practicando la difícil humildad en el pensamiento o en el juicio, en las palabras y en sus obras y modo de proceder. Por eso era universalmente estimado y apreciado.
Puedo asegurar que la “imagen sacerdotal” de D. Antonio, en vez de desvanecerse con el tiempo, crece y se agiganta. Su ejemplarísima vida, reconocida por la Santa Madre Iglesia, si son estos los designios de Dios, servirá de grande estímulo y ejemplo, no sólo para sus hijas, las aliadas, sino también para consuelo de muchas almas buenas. Su glorificación, de una manera particular para sus hijas, será estímulo de santidad y grandísima ilusión.
Me es particularmente amable la figura de este sacerdote por su inspiración musical y unción poética, casi teresiana. Quiero recordar, por ejemplo, el “Ostian Bici Sera”, que se interpreta y canta como preciosa y sencillísima plegaria eucarística en todas las iglesias de la diócesis de San Sebastián, Bilbao, Bayona, Navarra y Vitoria. Realmente la música y el texto de sus composiciones, son una “doble y tierna plegaria”, que diría San Agustín.