Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
(Jn 15)
Señor, estamos aquí en tu presencia, a tu alrededor,
como tus discípulos, para escuchar tus enseñanzas
y tus consejos, para una charla íntima contigo,
como los apóstoles, cuando con toda confianza te decían:
«Señor, enséñanos a orar… Señor, explícanos la parábola»
Con la confianza que nos inspiran tus palabras:
«Vosotros sois mis amigos… No os llamo ya siervos,
a vosotros os he llamado amigos»,
tenemos tantas cosas que decirte,
tenemos necesidad de escuchar tantas cosas de ti:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha…
Porque hablas como jamás un hombre ha hablado…
Señor, ¿a quien vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Estamos ciertos, Señor, de que tus promesas son sinceras
y no engañan: «Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá».
Animados con estas palabras, queremos hoy pedirte
muchas cosas, que en definitiva se reducen a una sola:
«Venga tu Reino. Hágase tu voluntad».
(Pedro Arrupe, sj)