XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CRISTO REY
(Ez 34, 11-12. 15-17; Sal 22; 1 Cor 15, 20-26a. 28; Mt 25, 31-46)
1 TÍTULO REAL
No corren tiempos favorables para lenguajes jerárquicos, ni para uso de títulos nobiliarios, en los que fundarse para sobresalir. Al contrario, los que, por una u otra razón, llevan añadido un nombre de dignidad, saben que la vida les ha señalado para servicio de los demás, y no para vivir a costa de los otros.
El rey y el papa se comprenden a sí mismos con una vocación de servicio, y este será el mejor crédito de su dignidad. San Juan Pablo II, en su homilía de comienzo de pontificado se presentó como servidor, e invocó al Señor: “Haz que me convierta en tu servidor, servidor de tu dulce potestad, siervo de tus siervos” (Homilía 22-X-1978).
Jesucristo, a quien hoy celebramos como Rey del Universo, y a quien San Pablo presenta como rey -“… cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza” (1 Co 15, )-, lo hace con la cita explícita de la entrega total que le supuso a Jesús el título real, “tiene que reinar”.
La Liturgia de la Palabra de este día escoge textos en los que la realeza se equipara con el pastoreo. La imagen del pastor se distancia de todo boato: el pastor camina junto a su ganado. “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente” (Ez 34).
El salmista nos ofrece una de las expresiones más entrañables y confiadas de la Biblia, que podemos tener como oración continua: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22). Si el Evangelio une en el Hijo del Hombre al juez y al pastor – “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras” -, no podemos interpretar de manera aislada el título regio, sino en el contexto entrañable de que es también pastor.
Santa Teresa de Jesús invoca de muchas formas a Jesucristo; lo llama Rey, Emperador, Señor, pero siempre envuelto en una relación amorosa, aunque no sin correspondencia agradecida. “Mirad que quien mucho debe, mucho ha de pagar” (Moradas VI, 5, 4).
“Es cierto, hermanas, que de sólo irlo escribiendo me voy espantando de cómo se muestra aquí el gran poder de este gran Rey y Emperador; ¡qué hará quien pasa por ello! Tengo para mí, que si los que andan muy perdidos por el mundo se les descubriese Su Majestad, como hace a estas almas, que aunque no fuese por amor, por miedo no le osarían ofender. Pues ¡oh, cuán obligadas estarán las que han sido avisadas por camino tan subido a procurar con todas sus fuerzas no enojar este Señor! Por El os suplico, hermanas, a las que hubiere hecho Su Majestad estas mercedes u otras semejantes, que no os descuidéis con no hacer más que recibir” (Moradas VI, 5, 4).
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XXXIV DOMINGO T.O., CICLO A (2): JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Comentario de Antonio Rodríguez Carmona
JESUCRISTO REY AL SERVICIO DEL REINO DE DIOS
El final del año litúrgico evoca en la Iglesia el recuerdo del final de la Historia de la salvación, que culminará con el pleno triunfo del amor de Dios sobre la humanidad y la instauración de su Reino. Reinar significa ejercer un gobierno de un pueblo en función de su bien común, Reino de Dios significa que la humanidad será gobernada por el amor de Dios y que así alcanzará su plena perfección y felicidad. Si Dios es amor, el reino de Dios es la plenitud del amor y de la felicidad humana.
Esto quiere decir que la vida tiene sentido, que no es un repetirse sin solución continuo de pasos positivos y negativos en un círculo sin salida, que aprisiona fatalmente la vida humana. El anhelo universal de la humanidad es que se rompa este círculo y luchar por un mundo en que se imponga definitivamente la justicia y la felicidad. Esto ha dado lugar a movimientos filosóficos y praxis políticas que creen que esto es posible solo con las fuerzas humanas. Para ello unos luchan por imponer este reino final a base de leyes y represión violenta, otros creen conseguirlo por medio de un capitalismo salvaje, pero en ambos casos el final es sufrimiento y opresión de la mayoría en manos de una minoría de privilegiados.
La obra de Jesús, que hemos estado recordando durante todo el año, está al servicio del Reino del Padre. Su lema fundamental es amor y servicio: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprime. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,25-28). El amor es el camino de Jesús. El domingo pasado nos decía Jesús que hay que vivir vigilando, haciendo producir los talentos que se nos han dado a cada uno, porque al final tenemos que rendir cuentas. Hoy nos recuerda con otra imagen que rendir cuentas es ser examinados de amor concreto con los necesitados. La conclusión es que hacer producir los talentos es ponerlos al servicio del amor, trabajando por un mundo como Dios quiere, lo más parecido posible a la plenitud del Reino de Dios. Éste será un don de Dios. El NT lo presenta como la Jerusalén que baja del cielo (Apoc 21,2), como regalo del amor misericordioso de Dios, pero Jesús ha puesto las bases que harán posible esta plenitud y la colaboración que hemos de prestar.
La segunda lectura explica cómo Jesús trabaja al servicio del Reino del Padre. Recuerda que Jesucristo resucitado es el nuevo Adán, que trae nueva vida y crea una nueva humanidad con un corazón nuevo capaz de amar, al contrario del primer Adán, que trajo a todos el pecado original. Se encarnó para ser solidario con todos los hombres, compartiendo sus limitaciones, haciéndolas suyas, menos el pecado, destruyéndolas con su muerte y resurrección y dándonos los medios para que lo hagamos en su nombre. Recientemente hemos conocido cómo una enferma de ébola, que ha superado la enfermedad, ha ofrecido su sangre con los anticuerpos que ha creado su organismo para sanar a otros enfermos de la misma enfermedad. Jesús ha creado en su humanidad glorificada los anticuerpos que nos capacitan para destruir el pecado original y compartir su filiación, siendo hijos de Dios. Esto significa que con su resurrección llevó a plenitud su solidaridad con todos los hombres, permaneciendo en el corazón de toda persona humana, dándoles nueva dignidad y posibilitándoles responder a la invitación de Dios. Dicho de otra manera, la gracia de Cristo resucitado actúa en el corazón de toda persona sugiriéndole buenos pensamientos y deseos y capacitándola para responder a ellos. Cristo es así el nuevo Adán, cabeza de una nueva humanidad, llamada a integrar el Reino de Cristo y trabajar por el futuro del Reino. Todos están llamados a responder. Nosotros lo hemos hecho por la fe y el bautismo, acogiendo libre y conscientemente esta presencia dinámica e integrándonos en la Iglesia, donde recibimos gracias especiales para la tarea. Otros, que no conocen a Cristo, lo hacen implícitamente acogiendo los valores de Cristo. Es interesante constatar que en la parábola del juicio final los interpelados pertenecen a este grupo, que no conocen a Cristo, lo que muestra que todos podemos obrar con la gracia de Cristo y que a todos se nos pedirá cuentas.
La tarea actual de Cristo rey es invitar a todos los hombres a someterse al Reino del amor, de justicia y de paz. Como Buen Pastor nos acompaña para hacer que el amor reine en cada corazón y este amor actúe en todas las facetas de la vida social. Su norma es actuar desde dentro para fuera, desde el amor del hombre nuevo hacia el cambio de estructuras (los movimientos políticos actúan desde fuera, tratan de exponer de forma convincente sus ideas, pero, lo decisivo es la imposición de leyes). Un amor que no es simple sentimentalismo sino que se manifiesta en la reforma de la sociedad y en obras de misericordia concretas: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, a coger al forastero, visitar al enfermo y al preso. Estas obras se presentan como servir a Jesús, porque desde la resurrección se identifica con los pequeños, especialmente necesitados. Y, al final, Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (2ª lectura).
La Eucaristía se inserta entre el pasado y el futuro del Reino de Dios. Es actualización del sacrificio de Cristo para dar gracias a Dios y recibir gracia que nos capaciten para servir a Cristo en sus hermanos necesitados y así ir preparando el examen final para entrar en el Reino pleno de Dios.
Primera lectura: Ez 34,11-12.15-17: A vosotros mis ovejas digo que voy a juzgar entre oveja y oveja
Salmo responsorial: Sal 1-2ª.2b-3.5.6: El Señor es mi pastor, nada me falta
Segunda lectura: 1 Cor 15,20-26a.28: Devolverá a Dios Padre su reino y así Dios será todo para todos.
Evangelio: Mt 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.