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8 Ene, 2020 | Cultura vocacional

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¿Qué significa «seguir a Jesús», ser «seguidor de Jesús»?

Para comprender hoy qué significa «seguir a Jesús», lo primero que hemos de captar bien es que el seguimiento a Jesús no es un asunto individual de cada cristiano sino lo único que justifica la presencia de la Iglesia en medio del mundo.

A los pocos meses de su nombramiento, el papa Francisco hizo esta importante afirmación: «La Iglesia ha de llevar a Jesús; este es el centro de la Iglesia, llevar a Jesús. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, esa sería una Iglesia muerta» (23 de octubre de 2013). La expresión del papa es fuerte pero fundamental. Una diócesis, una parroquia, una revista cristiana que no lleva al seguimiento a Jesús es una diócesis, una parroquia, una revista muerta.

Por eso, el giro que necesita el cristianismo actual, la conversión más radical y decisiva consiste sencillamente en volver al seguimiento a Jesús para arraigar nuestra fe con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje, su proyecto del reino de Dios y su destino de muerte y resurrección.

Muchas cosas habrá que hacer, sin duda en los próximos años en el campo pastoral, catequético, litúrgico, social…, pero nada más importante que impulsar esta conversión al seguimiento a Jesucristo.

¿Qué es lo que tiene que acontecer para que una persona se convierta en seguidora de Jesús?

Lo que necesitamos hoy los cristianos para aprender a ser seguidores y seguidoras de Jesús es volver a las raíces y convertirnos a lo esencial, actualizando en nuestras comunidades cristianas algo de la «experiencia fundante» que se vivió al inicio con Jesús en Galilea.

No basta con poner orden en la Iglesia ni introducir algunas mejoras en el funcionamiento eclesiástico. El seguimiento a Jesús nos está exigiendo hoy una conversión a un nivel más profundo para que esos cambios se vayan haciendo con el Espíritu de Jesús y recuperando, como dice Francisco, «la frescura original del Evangelio».

Para promover entre nosotros un seguimiento más fiel a Jesucristo es necesario recuperar su proyecto del «reino de Dios y su justicia» como tarea principal de las comunidades cristianas; introducir la misericordia como principio de actuación en todos los niveles de la Iglesia; buscar entre nosotros una Iglesia más pobre y de los pobres; no tener miedo a salir a las periferias existenciales…

Y, ¿qué es lo que impide que las personas no opten por el camino del Evangelio?

El mayor obstáculo es que vivimos en comunidades que se dicen cristianas pero que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera abstracta, un Jesús mudo del que no pueden escuchar apenas nada de especial interés para el mundo de hoy, un Jesús apagado que no seduce, no llama, ni toca los corazones…

No es posible seguir a Jesús sin reavivar nuestra relación personal con él. El núcleo del seguimiento a Cristo no consiste en dejarnos seducir por una causa, un ideal, una religión…, sino por la persona de Jesús y el misterio del Dios vivo, encarnado en él. Solo así nos dejamos transformar poco a poco por Jesús y acogemos en nuestra vida a ese Dios Padre, Amigo del ser humano que nos envía a trabajar por una vida más digna, más humana y dichosa para todos, empezando por los últimos, los más indefensos y excluidos. Esto es optar por el camino del Evangelio.

¿Se puede ser discípulo de Jesús, seguidor de Jesús, en solitario, aislado, sin relación con otros discípulos y seguidores? ¿Por qué?

No. Jesús no llama nunca a sus seguidores para que vivan individualmente una vida más santa o perfecta, más piadosa y observante. Los llama a colaborar con él en un movimiento profético con la tarea de ir abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Un verdadero seguidor de Jesús no invoca nunca a un «Dios mío», sino a un «Padre nuestro». Por eso, vive siempre comprometido en la renovación de una Iglesia más evangélica, más humana y más creíble, y contribuye con su propia vida y su entrega a dar pasos hacia un mundo siempre más humano.

Quienes nos consideramos seguidores de Jesús vemos que muchas veces no somos coherentes, ¿cuál es la mayor dificultad para el seguimiento de Jesús?

Yo no hablaría de incoherencia sino de una grave ignorancia de Jesús, su persona, su mensaje y su proyecto. Si ignoramos a Jesús, no podremos conocer nunca lo más esencial y decisivo de nuestra fe y de nuestra tarea evangelizadora. Si ignoramos cómo miraba Jesús el mundo, la vida, las personas… seremos comunidades de seguidores ciegos. Si ignoramos cómo escuchaba Jesús el sufrimiento de las gentes, seremos comunidades sordas. Si no sintonizamos con el amor, el perdón gratuito y la ternura de Jesús, nunca conoceremos lo mejor, lo más valioso, lo más atractivo de nuestra fe: Jesús, el Cristo, nuestro único Maestro y Señor.

Más que incoherencia, yo veo en muchos sectores de la Iglesia de hoy la pretensión ingenua de seguir a Jesús, en medio de una sociedad cada vez más increyente, sostenidos solo por unos cuantos tópicos y frases gastadas hace ya mucho tiempo. Lo digo con dolor. Es difícil que este cristianismo pueda sobrevivir en la sociedad actual.

En este siglo XXI, en este momento de la historia humana, ¿a qué nos llama Jesús con mayor intensidad como Pueblo de Dios que somos?

Creo que, desde la experiencia que hay de Jesús en estos momentos en no pocas comunidades cristianas, no es posible escuchar las llamadas que Jesús nos está haciendo.

Lo primero que necesitamos es vivir una experiencia nueva de Jesús. Se trata, en concreto, de caminar en los años venideros hacia un nivel nuevo de vida evangélica: ir pasando a una nueva fase de cristianismo, más inspirado y mejor motivado por Jesús. Lo decisivo es no resignarnos a vivir hoy un cristianismo sin conversión. No importa la edad, lugar o responsabilidad de cada uno en el interior de la comunidad cristiana.

Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta, se le viva y se le ame a Jesús de manera más viva y real. Podemos hacer que la Iglesia sea más de Jesús, y que su rostro sea más parecido al suyo. Solo ese Jesús tendría fuerza para transformarnos y enviarnos a introducir la Buena Noticia de Dios en el mundo actual.

¿Es importante la formación, la reflexión y el estudio para el seguimiento a Jesús?

No solo es importante, sino urgente. Lo primero que hemos de hacer es poner en marcha procesos sencillos, orientados a conocer mejor a Jesús y a sintonizar vitalmente con él. Esto es lo primero y decisivo: hacer juntos un recorrido para enraizar nuestra fe con más verdad y fidelidad en Jesucristo. Por eso, desde hace algunos años, vengo dedicando todas mis fuerzas a esto precisamente.

Desde 2014 estoy promoviendo los llamados Grupos de Jesús. Su acogida está superando todo lo que podía imaginar. El número de grupos en marcha es ya superior a los dos mil en España y América Latina. A ellos hay que añadir los que se están formando desde hace dos años en Italia, Portugal y Brasil. De estos no tengo todavía datos precisos. Hay también en marcha dieciséis grupos virtuales promovidos desde la Web «Grupos de Jesús» con participantes de múltiples países. Hay grupos que nacen en el entorno de las parroquias, grupos formados por matrimonios, por presos en cárceles españolas, por educadores y padres de alumnos en colegios…

Desde 2016 y con la colaboración de Carles Such, estamos ya promoviendo Grupos Jóvenes de Jesús, desde planteamientos y dinámicas adaptadas a los jóvenes de hoy. En estos momentos está creciendo su acogida con motivo de la preparación del próximo sínodo sobre los jóvenes.

En septiembre saldrá el libro Dejar entrar en casa a Jesús para promover los «Grupos de Jesús» para padres. En el origen de esta propuesta de los Grupos de Jesús hay en mí una convicción pastoral sostenida por la fe en Cristo resucitado, vivo y operante en su Iglesia, y promovida hoy por el papa Francisco: «Cristo siempre puede, con su verdad, renovar nuestra vida y comunidad, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales… Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo y sorprendernos con su constante creatividad divina» (La alegría del Evangelio 11).

¿Y qué importancia tiene la oración en el seguimiento a Jesús?

No se trata solo de hablar de la importancia de la oración. El problema es mucho más profundo. Hace muchos años, Karl Rahner, el teólogo católico más importante del siglo 20, dijo estas palabras: «El cristiano del futuro será místico o no será». Es decir, tendrá experiencia personal de Dios o dejará de ser cristiano. Este pronóstico se está cumpliendo. La única forma de poder seguir siendo cristianos hoy es vivir una experiencia personal de Dios. Por eso, el mayor problema del cristianismo actual es su mediocridad espiritual.

Este vaciamiento espiritual viene de lejos. Muchos cristianos no creen propiamente en Dios, sino en aquellos que le hablan de Dios (padres, catequistas, curas, papas…). Privadas de una experiencia personal de Dios, estas personas viven la fe «de segunda mano». Esta fe infantil, exterior y postiza es la que se está perdiendo de manera acelerada, pues el hombre de hoy (y probablemente el de siempre) solo cree de verdad en algo si puede experimentar que le hace bien.

Solo recordaré aquí dos tareas urgentes. Hemos de recuperar cuanto antes a Cristo como Maestro interior. Una valoración excesiva y falsa del magisterio de la Iglesia ha llevado a muchos cristianos a una fe pasiva, infantil, rutinaria e irresponsable, que es la fe que se está perdiendo hoy. Hemos de recuperar la tradición multisecular de san Agustín que entiende la predicación de la Iglesia como un servicio para orientar a los fieles hacia el magisterio interior de Cristo. En segundo lugar, hemos de superar una concepción empobrecida del seguimiento a Jesús, entendido y vivido exclusivamente desde una visión moralista (imitar a Jesús, seguir su ejemplo…), para seguirle como «camino místico», es decir, aprendiendo a vivirle interiormente a Dios a partir de la experiencia de Dios vivida por él.

Personalmente, si las fuerzas me responden, quiero dedicar mis últimos años a promover esta renovación interior del cristianismo actual, atraídos por la experiencia de Dios vivida por Jesús.

¿Cómo afrontar el reto de transmitir la fe a los jóvenes?

Me alegra que me hagáis esta pregunta. El hecho es innegable. A pesar de todos los esfuerzos que se hacen, la Iglesia actual no logra apenas transmitir la fe a las nuevas generaciones. Después de veinte siglos de cristianismo, todavía pretendemos, con raras excepciones, transmitir la fe desde el modelo de la «instrucción». Sin embargo, la fe en Dios no es una doctrina que pueda aprenderse con la ayuda de métodos didácticos. Es una experiencia interior, y lo primero que se necesita es despertar de modo adecuado la capacidad que hay en todo ser humano de acoger en su corazón la experiencia del Misterio último de la realidad que los creyentes llamamos «Dios».

Es urgente pasar del aprendizaje de conocimientos religiosos a la primacía de la experiencia interior. Menos insistencia en las doctrinas y más experiencia vivida. Menos explicaciones teóricas y más comunicación de la fe desde la propia experiencia de Dios vivida por uno mismo. En una sociedad en que se dice que Dios está ausente, solo los testigos nos pueden transmitir que algo saben de «la fuente», algo saben de cómo se calma «la sed de vida» que hay en todo ser humano. Sin testigos de la experiencia, la fe corre el riesgo de perderse. Lo más doloroso es ver que, entre nosotros, la Iglesia carece de una decidida opción pastoral orientada a promover la iniciación a la experiencia de Dios.

¿Desde dónde realizar el encuentro con otras religiones y espiritualidades?

Este es un tema que me preocupa y me apena. Autores cristianos con los que he mantenido una relación amistosa (alguno alumno) están introduciendo entre nosotros diversas modalidades de espiritualidad, importadas desde Oriente, ante la indiferencia casi general de los cristianos.

Solo apuntaré algunas indicaciones: Los seguidores de Jesús hemos de salir al encuentro de estas corrientes de espiritualidad desde la experiencia de Dios vivida por Jesús, que está marcada, sobre todo, por: la relación con Dios como un Tú; la actitud de confianza absoluta en el Misterio insondable de su Bondad; la experiencia de un Dios Padre que nos hace a todos hermanos; y el compromiso de acoger y promover su proyecto humanizador de la historia.

Los seguidores de Jesús podemos aprender del Oriente la importancia y profundidad del silencio ante el Misterio de Dios, y el cuidado de no trivializar la relación religiosa con Él convirtiéndola en un egoísmo interesado que nos encierra en el propio «ego». Por su parte, Oriente podría enriquecerse de la experiencia cristiana abriéndose al «Dios Amor», «abriendo» más los ojos al sufrimiento humano y al compromiso por una historia más digna, justa y fraterna.

Nuestro seguimiento a Jesús se empobrece y desfigura gravemente si nuestra espiritualidad se reduce a «inmersión» en el océano de la Divinidad; a «extinción» en la absoluta trascendencia (budismo theravada); a fusión de lo hondo de nuestro ser (“atman”) con el Absoluto (“brahmam”) (hinduismo brahmánico); a vacío innombrable cuya única palabra es el silencio más absoluto.

Termino con unas palabras del Dalai-Lama, representante cualificado del budismo tibetano, que me han dado siempre mucha luz: «Creo firmemente que tenemos necesidad de las diferentes tradiciones religiosas, pues una sola no puede satisfacer las necesidades y disposiciones mentales de los seres humanos en su gran variedad. Al mismo tiempo, pienso que las gentes no deberían abandonar a la ligera la religión en la que han nacido… Creo sinceramente que la transformación interior que aporta la vida espiritual nos permitirá apreciar un día la riqueza de las otras tradiciones, no el valor exclusivo de la nuestra».

TOMADO DE GRUPOS DE JESÚS

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