HAY QUE NACER DE NUEVO
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?» Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3, 3-8).
EN TIEMPO DE CONFINAMIENTO
Este es un tiempo de pandemia, de confinamiento, de vivir encerrados en reductos sociales o familiares. Si después de tantos días de permanecer en casa, me dices que no puedes resistirlo, te comprendo. Si has llegado al límite en tus relaciones personales, e incluso en la relación contigo mismo, por no tener tarea, ni acontecer circunstancia que distraiga tus días, no te juzgo, es normal y natural tener esos sentimientos. Si te asfixian el recinto estrecho, los metros cuadrados habitables, cuando has recorrido el mundo, es comprensible.
Recomiendan el pasatiempo, la terapia ocupacional, la imaginación creadora, el ejercicio físico, la tabla de gimnasia, dominar los sentimientos… Puede ayudarte encender una lámpara votiva ante la imagen que te inspire devoción; consuela y alegra la buena música; es escuela para la subsistencia saber hacer silencio y realizar las tareas domésticas con atención. Vertebra la jornada celebrar el ritmo de las horas litúrgicas, y siempre recomiendan algo de ascesis. Mas, lo sé, toda esta pedagogía tiene su límite, y cabe que hasta se mitifique en exceso la terapia.
Entre todos los consejos, aparece el que Jesús da al letrado Nicodemo cuando, de noche, va a visitarlo. El Maestro le recomienda: “Tienes que nacer de nuevo”. Y el doctor de la ley no comprende.
Nacer de nuevo es nacer a lo esencial, a lo imperecedero, a la vida de Dios, a lo eterno, a la belleza de lo cotidiano y de lo pequeño, a la armonía de lo bueno, al orden impreso en el universo. Es nacer del viento, del Espíritu, escuchar el corazón, despertar los ojos del alma, abrirse a la percepción inapresable de la vida. Es acrecentar la paz de la conciencia, es abrirse al universo interior, a la bondad de la realidad, a la entrega generosa, al amor gratuito. Mas todo esto solo es posible por una relación. Sin un Tú por quien madrugar, a quien servir, por quien amar, no es posible mantenerse ascéticamente en la cuarentena.
Nacer de nuevo es saberse criatura de Dios, amado por Él, y desde esta certeza cabe caminar estando quieto; cantar en silencio; amar en soledad al universo; porque se resurge del agua y del Espíritu, gracia y don del Resucitado. Es nacer a lo nuevo, a lo inapresable, al mundo interior, a la trascendencia, y caminar por la inmensidad del espacio más íntimo. Es saberse abrazado por la ternura entrañable divina; saberse habitado, y poder mantener un conversación amorosa, sin palabras.
Solo cuando entramos en el castillo del alma descubrimos tantas e innumerables moradas. Ya no se siente agobio entre las cuatro paredes de la habitación. Dicen que el poeta escribió el mejor verso estando en la cárcel; que el escritor plasmó la mejor novela en la prisión; el pintor llegó a dejarnos sus rasgos más sublimes antes de morir, y el místico tocó el cielo en la hora del desprecio.
Lo que te digo no es un sueño, ni tampoco un mandamiento. Ha sido una ráfaga de luz, un suave viento, impulso interior, atisbo del deseo. Si no comprendes la invitación a nacer de nuevo, y si te parece solo literatura este consejo, tienes derecho a encerrarte en tu confinamiento casi sobrehumano. Pero un regalo que tienes a tu alcance para vivir la anchura del universo estando quieto, es abrirse a las palabras de Jesús y nacer de nuevo. Y todo nuevo nacimiento comporta fiesta, te lo deseo a ti y con los tuyos.
P. Ängel de Buenafuente