Natividad del Señor

26 Dic, 2016 | Adviento - Navidad

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres’ Es una Palabra eficaz, que cambia, que remueve… Una Palabra tan definitiva que al escucharla, abrazarla y dejar que transforme nuestro corazón ya nada es igual. Es una Palabra ‘que acampó’, que se quedó con nosotros, dejó la lejanía y está en medio de lo que hacemos y somos. Es para siempre, no hay vuelta atrás, ni dudas ni miedos… La Palabra se ‘hizo carne’, siente, goza, mira, toca, abraza, ¡¡¡vive!!! Nació y se proclamó así para todos los hombres ‘que ama el Señor’. Esa Palabra es Uno en medio de nosotros, pequeño, al que adoran los sabios y los humildes, esa Palabra es estruendosa en un mundo lleno de ruidos: Dios-con-nosotros, Enmanuel, que quiere decir, ‘OS QUIERO’. Nuestro Dios es así de profundo y sencillo. Feliz Navidad.

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El nacimiento de Jesús de Nazaret supone el culmen histórico de la gran Alianza del Dios Amor con la humanidad. Aquella manera de nacer, absolutamente marginal en cualquier sociedad contemporánea de su tiempo -y del nuestro-, indica bien a las claras el deseo de despojarse de su rango para vivir entre nosotros de una manera muy determinada: sin poder, sin privilegios, sin seguridades humanas, volcado a transformar la existencia humana en una vida plena. Marcó un ejemplo de vida, aunque nosotros hemos forzado en su nombre y demasiadas veces el Misterio de la Navidad.

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La ironía popular estremece cuando habla de lo bien que nos ha ido a los cristianos a pesar de que todo empezó en un establo, con el nacimiento del Maestro, hasta que, con el correr de los tiempos, llegamos a disponer de un Estado religioso Vaticano con inmunidad diplomática y todo. O cuando sin bajar un ápice el nivel de ironía, la sabiduría popular se refiere a la historia de la Iglesia católica como institución, y se admira de que después de tantas corruptelas, sobre todo en torno al Papado y la Curia romana, siguen floreciendo cristianos ejemplares, por lo que, concluye, debe existir el Espíritu Santo; porque con semejante carrera, sin Él sería imposible que la Iglesia haya sobrevivido tantos siglos.

No es un comentario nuevo y, en el fondo, es verdad porque todos estamos hechos de barro. Pero Dios se sirve incluso de lo malo para construir el Reino. Giovanni Boccaccio, afirma una idea similar en el relato segundo de la primera jornada de su Decamerón, obra nada pía a tenor de las condenas que tuvo por parte de la Iglesia de su tiempo: un buen cristiano pretende convertir a un amigo judío al cristianismo, y a fuerza de insistir, el judío se interesa por el asunto hasta el punto de que decide ir a Roma para ver cómo actúa “el vicario de Dios en la tierra, y ponderar sus modos y costumbres, y los de sus hermanos los cardenales”. Y le añade a su amigo, que si le convencen sus prácticas y ve que su religión es mejor que el judaísmo, se hará cristiano. La respuesta del amigo cristiano en el relato no tiene desperdicio: “Se entristeció sobremanera, diciendo para sí: Se han perdido mis esfuerzos, que creía excelentes, para convertirlo”, y que si su amigo hubiese ido cristiano a Roma, “tornaría sin falta hacerse judío”.

No logra disuadirle del viaje. El cuento sigue a la vuelta de Roma constatando el judío que no había visto “ninguna santidad, ninguna devoción, ninguna buena obra o ejemplo de vida en nadie que fuese clérigo; solo lujuria, avaricia y gula, fraude, envidia y soberbia y cosas semejante so peores (si puede haberlas)”, y concluyendo que aquello tenía más que ver con prácticas diabólicas que divinas. Pero el relato del judío acaba de manera sorprendente en boca del viajero: “Y como veo que no ocurre lo que ellos procuran, sino que vuestra religión aumenta de continuo y se hace más brillante y clara, me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más verdadera y santa que cualquier otra. Por lo cual, aunque rígido y duro me mostraba a tus consejos, y no quería hacerme cristiano, te declaro ahora francamente que por nada dejaré de hacerlo.” Y de seguido, se va con su amigo cristiano a una iglesia a bautizarse.

Recemos abiertos en acogida al Misterio de todo un Dios hecho criatura humana, sin ninguna ventaja para sí pero enteramente dispuesto a la voluntad del Padre. Demos gracias por su venida a nuestra pobre condición elevada al rango de hijos de Dios y pidamos perdón por nuestra falta de acogida, entonces en Belén y ahora en nuestros corazones con nuestros hermanos.

Es cierto que todo comenzó en un pesebre y que ahora tenemos el poder humano que desaconseja el evangelio. Por eso entonces se revolucionó la existencia humana en apenas tres años y ahora no podemos caminar siendo luz del mundo en Navidad como testigos de Cristo porque el armatoste que hemos creado en su nombre nos pesa demasiado, eclipsando la raíz del Mensaje. Menos mal que el Espíritu acaba por mostrarnos siempre la Estrella, el camino, la Verdad, a nada que abramos un poco los ojos del alma. Feliz Pascua de Navidad, ¡y que dure!

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