El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.
(Mt 10)
Nos aseguró el Señor en el Evangelio que no quedaría sin recompensa ni uno solo de los vasos de agua fresca que diéramos, en su Nombre, al sediento.
En realidad, Cristo mismo se nos da como recompensa cada vez que damos algo en su Nombre y, no importa tanto lo que das sino cómo lo das y en nombre de quién lo das. Darte en nombre de Cristo no es lo mismo que darte por propia satisfacción, por compromiso, por obligación, o por simple altruismo.
Tu caridad tiene que tener la forma de Cristo, si no quieres que se reduzca a una mera acción social o humanitaria, en la que el nombre de Dios no llega a resonar en el corazón de esos sedientos que has saciado.
Tus vasos de agua fresca no pueden limitarse a actos puntuales y simbólicos.
Has de ser generoso, sí, pero tu generosidad será más preciosa cuánto más vaya cargada de Dios. Que nadie beba tus vasos de agua fresca sin paladear en ellos ese gusto de cielo y de amor de Dios que sacia realmente la sed más profunda del alma.